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El Castellar, origen y destino de Zafra

Sierra de El Castellar vista desde la ermita de Belén
Sierra de El Castellar vista desde la ermita de Belén./ Víctor Gibello

VER TODA LA GALERÍA DE FOTOS DE El CASTELLAR, ZAFRA. / Autor: VÍCTOR GIBELLO

 

Se miran de soslayo, con recelo, distantes. Fingen indiferencia. Juegan a ignorarse. Por puro orgullo, permanecen dándose la espalda. Pareciera como si el mutuo reconocimiento les restara protagonismo. Así son de altivas. Así son de inconscientes. Durante siglos nada ha cambiado, como titula Tricky su canción Nothing’s changed.

Mientras preparaba material para este post, en plena búsqueda de datos en documentos, libros y artículos, recibí una llamada: un colega, Pedro Carretero, me invitaba a impartir una conferencia en Zafra sobre Patrimonio olvidado en la población, dándome libertad para escoger el tema. Si creyera en las casualidades, esta sería una de ellas. Pero ya conocen mi opinión, las casualidades no existen. Acepté encantado el ofrecimiento y propuse hablar del yacimiento conocido como El Castellar, un enclave singular abandonado a su suerte desde el siglo XIII.

Pedro ha organizado unas interesantes jornadas de difusión patrimonial, demostrando que, incluso careciendo de ayudas y financiación, con ilusión todo se puede. Varios profesionales hemos tenido la oportunidad de dar a conocer enclaves de singular importancia en la hermosa población bajoextremeña, con notable éxito de participación ciudadana.

Entorno de El Castellar
Entorno de El Castellar./ Víctor Gibello

 

Desde el siglo XVI hasta muy avanzado el XX, los eruditos de nuestros pueblos (e incluso eruditos a medias y algunos nada eruditos) se embarcaron en una carrera absurda. Trataron, con éxito dispar, de buscar un origen romano a su localidad de nacimiento o residencia como forma de prestigiarlas. Casi todos lo encontraron, a costa, incluso, de falsear los datos históricos e inventar cuentos.

En ese afán por hallar cunas clásicas para demostrar altas cunas, otorgaron falsas filiaciones y dudosos nacimientos a muchos lugares. Baste citar dos ejemplos: Badajoz y Zafra. Los orígenes como ciudad de Badajoz no son romanos, aunque bajo el subsuelo de algunas de sus calles haya restos de ese periodo vinculados a un asentamiento menor, no urbano. De todos es ya sabido como fue fundada por Abd al-Rahman Ibn Marwan en el año 875. A Badajoz se la intentó ligar con la Pax Iulia romana, de ahí el gentilicio de pacense. Esta idea está superada, Pax Iulia se corresponde con la población portuguesa de Beja, por lo que sería necesario cambiar el gentilicio a “badajocense”, mucho más adecuado.

El Castellar desde el inicio del Camino Colorao
El Castellar desde el inicio del “Camino Colorao”./ Víctor Gibello

 

El caso de Zafra es similar. Es ya añeja la idea de que Zafra es la sucesora de la Segeda romana. Tanto se ha repetido que sus habitantes pasaron a llamarse segedanos en lugar de zafrenses, o zafreños. Mucho se ha debatido durante los últimos años sobre la ubicación exacta de Segeda entre los especialistas. Fruto de las discusiones, no siempre ceñidas al ámbito científico, el número de las posibles ubicaciones ha crecido y ha tendido a alejarse de Zafra, en cuyo casco urbano no se han documentado restos arqueológicos romanos en posición primaria que permitan su adscripción tradicional. Lo siento por los muchos negocios y entidades que utilizan el término Segeda como parte de su nombre comercial en la ciudad, pero nada tiene que ver con Zafra.

El Renacimiento trajo consigo el gusto por la antigüedad clásica, el mundo grecolatino fue considerado como la cúspide de la historia y el modelo a seguir por las “sociedades civilizadas”, un ejemplo en el que mirarse. La Edad Media, concepto nacido para designar despectivamente el tiempo de teórica involución y falso retroceso existente entre la caída del Imperio Romano de Occidente y el Renacimiento, fue denostada por “oscura” y “bárbara”, por ser un tiempo perdido en el progreso al que, ingenuamente se supone, tendemos.

Así, todo lo medieval fue rechazado, menospreciado, relegado. La mayoría de nuestros pueblos, surgidos en los siglos medievales, unos islámicos, de repoblación cristiana otros, hubieron de construir ficciones de un pasado “noble” romano para alabar glorias antiguas y cimentar un futuro en el olimpo de los elegidos, de otro modo corrían el riesgo de ser minusvalorados.

Caballos paciento en las laderas de El Castellar
Caballos paciento en las laderas de El Castellar./ Víctor Gibello

 

Aquellos planteamientos están obsoletos, forman parte de un tiempo superado. Cada pueblo tiene su historia, su nacimiento particular, circunstancia que les hace ser únicos, no hay orígenes mejores o peores, tan solo diferentes.

En los años 50’ del siglo XX, Antonio Salazar se interesó por la Sierra de El Castellar. Terminó escribiendo un libro en el que ofrecía nuevos datos para el conocimiento de la historia de Zafra. Comenzaba a otearse un horizonte nuevo en el que El Castellar tomaba el protagonismo perdido por siglos de olvido en favor del magnífico casco histórico bajomedieval y moderno. Años después, aunque con timidez, vendrían otros estudios con nuevas perspectivas y enfoques metodológicos. Entre unos y otros se ha ido perfilando una imagen, aún en esbozo, que evidencia el gran valor de los asentamientos arqueológicos que guardan la sierra y su entorno inmediato.

Farallones rocosos de El Castellar
Farallones rocosos de El Castellar./ Víctor Gibello

 

El Castellar es un imponente farallón cuarcítico de más de 2 kilómetros de longitud, dispuesto en sentido NW – SE; está situado al oeste de Zafra. Su presencia, dadas su altura y amplitud, no pasa desapercibida, para la ciudad es un decorado perpetuo, visible desde todos sus rincones. La sierra, a la que se accede fácilmente por el llamado “Camino Colorao”, alberga restos de pinturas rupestres en algunos abrigos descubiertos gracias a la labor de Diego Muñoz Hidalgo, incansable defensor de nuestro Patrimonio. Se trata de pinturas esquemáticas muy sencillas, de época calcolítica, momento del que datan los restos más antiguos documentados hasta la fecha.

Pasear por El Castellar es una grata experiencia desde el punto de vista patrimonial. Sobre la superficie se acumulan restos arqueológicos, tanto muebles como inmuebles, que nos llevan desde las edades del Bronce y del Hierro hasta los momentos iniciales de la conquista romana, y de ellos al mundo islámico, andalusí y almohade. Una experiencia que merece ser vivida con tiempo y desde el respeto a unos bienes arqueológicos que son de todos y a una propiedad que es privada.

Accesos a El Castellar, en primer término fortín romano
Accesos a El Castellar, en primer término fortín romano./ Víctor Gibello

 

Finalizada la ascensión del camino, se vislumbra hacia el norte un sendero en el que están fosilizados los antiguos accesos. Pronto se alcanzan los restos de un posible fortín romano de época republicana. Un gran pedregal dificulta el reconocimiento de las estructuras. Más arriba, muros de aparejo ciclópeo informan de su filiación indígena, probablemente de la Segunda Edad del Hierro, como también lo es el asentamiento cercano de la ermita de Belén. Es posible que la construcción defensiva romana se erigiera para “pacificar” (debería escribir “domesticar”) las tribus locales aquí asentadas y controlar el camino que desde la Vía de la Plata se dirigía hacia el oeste, a través de Burguillos del Cerro.

Detalle de restos romanos.
Detalle de restos constructivos romanos./ Víctor Gibello

 

La subida continúa. Sobre las crestas más elevadas se alzan los restos de una fortificación andalusí. Murallas y torres asoman entre la vegetación. Un ejército formidable de cardos defiende la plaza, haciéndose asunto espinoso deambular por algunos espacios. Se trata de una alcazaba que protegía el enclave con un óptimo control del entorno y fáciles defensas naturales. Manuel Guillén, topógrafo local, llegó a levantar un plano aproximado.

El asentamiento islámico es muy extenso si lo comparamos con otros enclaves similares coetáneos en la región, hecho que hay que poner en relación con su importancia y funciones. Supera las 12 hectáreas, superficie a la que habrían de añadirse todos los espacios extramuros (áreas cementeriales, arrabales, etc.). La ciudad, pues como tal ha de considerarse, presenta un urbanismo condicionado por la fuerte pendiente. Las calles zigzaguean entre las laderas aterrazadas sobre las que se emplazan los diversos barrios hasta alcanzar la alcazaba.

Camino antiguo de subida a Sajra Abu Hassam.
Camino antiguo de subida a Sajra Abu Hassam./ Víctor Gibello

 

Potentes niveles de derrumbe ocupan amplias zonas; cuando llueve, afloran restos de revestimientos, pavimentos, las tejas con las que estaban hechas las techumbres… Con el agua se diluye la información guardada por estratos de siglos. Estragos del tiempo, consecuencias del abandono y de la indiferencia con que tratamos nuestros más preciados bienes. Un espacio que debería ser la locomotora que tirara del tren del desarrollo de Zafra y su comarca, es empleado para el pastoreo de vacas, un desperdicio de recursos que, una vez perdidos, no pueden reponerse con otros, no tienen sustitutos.

Murallas de Sajra Abu Hassam.
Murallas de Sajra Abu Hassam./ Víctor Gibello

 

El asentamiento islámico tiene un nombre: Sajra Abu Hassam, de él deriva indudablemente el topónimo Zafra. Sajra significa “roca” o “peñón”, dadas las características geológicas de El Castellar, sobran las explicaciones.

Al Bakri, en el siglo XI, la cita en sus escritos como perteneciente a la kura (provincia) de Mérida. En época almohade debió ser refortificada, como tantos otros enclaves extremeños coetáneos, esfuerzo que no evitó la toma cristiana. A partir de 1241, año de la conquista, el bastión defensivo es desmantelado y sus pobladores desalojados.

La Primera Crónica General hace referencia a como muchos de los habitantes de Sajra decidieron permanecer en el nuevo asentamiento creado en el llano. Nace así Zafra, una aldea integrada en el enorme alfoz de Badajoz, donde el componente mudéjar será tan importante que influirá notablemente en la arquitectura y el urbanismo producido en lo siglos siguientes.

Vista panorámica desde la Sierra de El Castellar.
Vista panorámica desde la Sierra de El Castellar./ Víctor Gibello

 

Sajra y Zafra dejarán de ignorarse y caminarán juntas, son dos caras de la misma moneda, una sin la otra no son reconocibles. En Sajra Abu Hassam, en El Castellar, está el origen de Zafra y también su destino, no tengo dudas al respecto.

La recuperación patrimonial y medioambiental de este asentamiento y su área circundante es fundamental para el desarrollo de la población, en ellos están los recursos necesarios para dinamizar la economía y recuperar su tradicional empuje.

Todo dinero gastado en Patrimonio es una inversión sumamente rentable, los ejemplos que hablan de ello son tan numerosos y bien conocidos que no voy a detenerme en ellos. Quizás algún día los políticos y la sociedad civil tomen conciencia de ello y obren en consecuencia. Espero que ese día esté cercano, por el bien de nuestro Patrimonio, por el futuro de nuestro pueblos.

Me marcho de Zafra, aunque mi corazón siempre desearía quedarse. Quiero sentarme en la Plaza Chica y contemplar, bajo sus soportales, el trasiego de un casco histórico dinámico y animado como pocos. Decido escuchar el Himno a la vida de Fernando Arbex.

La música tiene el don de mejorarnos e, incluso, de cambiar la realidad hasta hacerla más amable. Ahora, que las trompetas de la guerra suenan con fuerza en Siria, país al que nos ligan tantos lazos históricos, hemos de acallarlas con cantos a la vida y a la esperanza. La guerra no es el camino para la paz. La paz es el camino.

Zafra vista desde la Sierra.
Zafra vista desde la Sierra./ Víctor Gibello

Extremadura posee un patrimonio muy rico y diverso, quizá de los más destacables cualitativa y cualitativamente de la Península. El blog Paraísos olvidados pretende recuperar y dar a conocer la memoria de esta herencia de siglos, un legado compuesto por monumentos y yacimientos arqueológicos, pero también por paisajes, bosques, manantiales, restos de arquitectura vernácula, tradiciones, etc.

Sobre el autor

Arqueólogo, historiador, historiador del Arte, fotógrafo, escritor, emprendedor. Durante los últimos 25 años ha realizado numerosos trabajos de investigación, excavación, restauración y puesta en valor del Patrimonio Cultural por toda España, así como diversos proyectos internacionales. Paraísos Olvidados es un recorrido diferente por el Patrimonio de Extremadura, un viaje a los espacios más singulares, atractivos y amenazados de nuestra tierra, un experimento de divulgación que pretende crear conciencia en la sociedad para su conocimiento, valoración, protección, conservación y disfrute


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