Ven, pasa, cierra la puerta.
Entra, acércate, te estaba esperando.
Mira, toma, he abierto una botella de vino en tu honor.
Siéntate, relájate, olvídate del reloj.
Calla, escucha, tengo algo que contarte.
Te echaba de menos. Ya sabes que siempre me ha encantado conversar contigo y hoy lo haremos como más me gusta, con susurros, a media luz. Nuestros encuentros son cada vez más esporádicos y fugaces, me saben a poco y quiero aprovecharte ahora que te tengo.
Hoy quiero rendirte homenaje, dedicarte mis pensamientos, mis palabras. Casi siempre hablamos de mí, de mi vida, mi situación e inquietudes. Sé que te gusta decirme lo que piensas, y lo agradezco, sin pararte a valorar si es lo que quiero escuchar o no. Y precisamente por eso, hoy quiero mostrarte mi gratitud.
Admiro tu sinceridad, tan poco valorada por otras personas, bien por su discernimiento atrofiado por tanta falsedad cotidiana, bien por simple acomodamiento mental y evitar tener que enfrentarse a lo que son las cosas y no a lo que queremos creer que son, o bien por temor a verse expuestos, desnudos, sin una máscara con la que poder ocultar sus vergüenzas.
Soy consciente de las dificultades que siempre has sufrido por este motivo. También he escuchado lo que comentan de ti, auténticas calumnias de quien no tiene el coraje de enfrentarse a tus verdades. Pero aún así, insistes en mostrarte tal cual eres, sigues diciendo las cosas con total veracidad, convirtiendo en axiomas cada una de tus palabras. Te envidio.
Aún recuerdo cuando éramos niños, cómo nos gustaba jugar juntos. Desde entonces había algo en ti que me hacía saber que eras especial. Hoy entiendo que siempre has sido mi maestra.
Pero no tengas en cuenta aquella época en la que te dí la espalda, me dejé llevar por los demás, lo siento. Nadie quería jugar contigo, nadie te invitaba a las fiestas ni te llamaban para tomar algo. Eras la fea, la repudiada, la huérfana y la yerma. Lo cierto es que ninguno estaba preparado para conocerte. Sí, reconozco que en aquella época todo el mundo te evitaba. Perdona mi ceguera, tan sólo quería sentirme aceptado y evitar ser señalado por todos al vernos juntos, aunque estoy convencido de que más de uno acudíamos a ti en busca de tus sabios consejos.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces y he ido descubriendo lo importante que has sido para mi. He madurado contigo, permitiéndome pasar de ocultarte a mostrar abiertamente tu compañía y presumir de ello. En todos estos años no me has faltado nunca, de hecho no permitiría que te fueras. Cuando las cosas se ponen feas, cuando un problema machaca mi cabeza o simplemente por disfrutar de ti y de tus palabras, cada vez que te llamo acudes con la mejor de tus sonrisas dispuesta a escuchar todo lo que tengo que contarte, escuchando pacientemente sin doblar el gesto y esperando el momento adecuado para decirme lo que piensas, ponerme en mi sitio, hacerme ver las cosas, compartir mi alegría, enfadarte conmigo, bailar y cantar juntos como si nadie nos pudiera ver, llorar juntos hasta la extenuación o simplemente estar, sin más, compartiendo unos auriculares para escuchar nuestras canciones preferidas.
Y es que a medida que pasa el tiempo consigo disfrutar más de tu compañía. ¿Cómo no voy a quererte si contigo he aprendido a conocerme? Tú has sido mi guía, mi maestra y mi apoyo. Has sido mi libertad, mi acierto y ni cordura. Me has enseñado a pensar por mí mismo, a descubrir un mundo de luz que existe tras de ti. Aunque la gente piense que escondes oscuridad y agonía, tu compañía ofrece claridad, riqueza, confianza y sinceridad.
Aún no entiendo a los que se empeñan en dejarte a un lado, evitándote. Puedo entenderlo de un crío, que con su mentalidad pueril antepone la opinión de la manada por no distinguirse del resto, pero de un adulto, de una persona madura y sensata, no lo puedo comprender. Mas tú no te ofendas por ello, que por contra tienes muchos amigos que no nos imaginamos la vida sin ti, de quien eres su elección, que te valoramos tal y como te mereces.
Sabes que te necesito cerca, que tu compañía es un don que me regalas en cada momento, y a pesar de ello, vas y vienes sigilosa, de puntillas, asumiendo ese rol de actriz secundaria que te ha tocado vivir.
Toma, bebe conmigo, sequemos nuestras copas brindando por ti, que cada vez pasamos menos tiempo juntos y quiero aprovecharte. No porque te quiera menos o porque no seas tan importante para mi. Entiéndelo, el trabajo me quita mucho tiempo, a las niñas les dedico menos de lo que quisiera, y mi mujer, mi amada… Quizá se sintiera celosa al principio, cuando no conocía nuestro idilio, pero es tan comprensiva y entiende tan bien mis necesidades, que con todo el amor del mundo sacrifica parte de su tiempo conmigo y me anima a llamarte, conocedora que eres mi oxígeno, eres mi necesidad.
¡Espera! ¡No te vayas aún, espera un minuto! Apura tu copa mientras buscamos otro día en el que poder vernos. O quizá no, mejor dejarlo estar, no me importa que te vayas, porque sé que en cualquier momento nos volveremos a ver, provocado o por casualidad. Si nos vemos por casualidad, te regalaré mi sonrisa, pero si te llamo para que vengas, te estaré esperando con la chimenea encendida y otra copa de vino, para disfrutarte como más me gusta, con susurros a media luz…
– ¿Sí? ¿Quién es?
…. O SOBRE LA SOLEDAD