No es extraño encontrarnos con expresiones como:
“¡María, mira la que ha liado tu hijo!”
“¡Pero qué listo es mi niño!”
Consciente o inconscientemente, cuando se trata de algo malo solemos alejarnos de ello y observarlo desde fuera, reservando nuestra cercanía para las cosas agradables.
Al igual que este ejemplo resulta tan representativo y llamativo, no siempre nos damos cuenta de ello.
“Hagamos entre todos un mundo mejor”
“La sociedad de hoy en día está carente de valores”
Nos falta tiempo para sumarnos a los buenos propósitos y formar parte de las cosas buenas de la sociedad, pero cuando se trata de valorar sus cosas malas, hablamos como si no fuéramos partícipes de ella.
Cuántas veces nos escudamos en lo genérico de la palabra para hablar de la sociedad como de algo que está ahí sobre lo que no podemos hacer nada, considerándonos meros sufridores de sus caprichos. Nos sentimos ajenos a su destino y hablamos de ella en tercera persona, encogiéndonos de hombros y afirmando que nosotros somos distintos… pero la sociedad es así.
Lo cierto es que lo que es de todos, no es de nadie, y mientras no asumamos que la sociedad soy yo y la consideremos como propia, seguirá yendo a la deriva sin nadie que la timonee.
Sintácticamente debemos hablar de la sociedad en tercera persona del singular, pero no tengo ninguna duda de que semánticamente deberíamos usar la primera persona del plurar. Pero claro, ya no resultaría tan fácil decir que “la sociedad estamos carentes de valores” o que “la sociedad somos injustos”. Eso significaría responsabilizarnos en primera persona de lo que la sociedad somos, sin excusas ni justificaciones comunales que diluyan nuestra culpa.
No en vano, si es cierto que la sociedad somos así y esa es la definición que hacemos de nosotros mismos, una espinita se nos clavaría cada vez que lo escuchásemos y, por insignificante que parezca, nos preocuparíamos más de dejar nuestro granito de arena para intentar cambiar las cosas. Ese granito que tanto anhelamos la sociedad para cambiar el rumbo, mejorarnos y reinventarnos en tantas cosas.
¿Que es injusto? ¿Que pagarían justos por pecadores? Por supuesto. De eso se trata. La sociedad somos un equipo y como tal se nos juzga, aunque destaquemos de manera individual. Es la única manera de bajarnos del pedestal autoforjado por nuestro ego y la idea de creernos al margen del resto.
Decía Honoré de Balzac que aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia. Si la sociedad soy yo, si yo cambio, la sociedad cambia. Confía en el poder de las pequeñas cosas y descubre lo fácil que resulta llenar el océano de agua, tan sólo hay que echar una gota tras otra.
¿Me acompañas a echar un par de gotitas? La sociedad lo agradeceremos.