En otro momento os contaré sobre el reto en el que estoy inmerso actualmente, pero como consecuencia de éste, me encuentro ante el ejercicio de aplicar Los Cuatro Acuerdos (Miguel Ruiz) al trabajo. Permítanme que no lo haga, en su lugar los aplicaré a la vida. Porque si estos acuerdos los integramos en nuestra vida, estarán en el trabajo y en cualquier otra faceta nuestra, porque son acuerdos que me hago a mí mismo, no a mi Yo profesional.
Miguel Ruiz nos propone estos acuerdos:
Sé impecable con tus palabras
No te tomes nada personalmente
No hagas suposiciones
Haz siempre lo máximo que puedas
Parece mentira que en tan pocas palabras se esconda gran parte de la felicidad, sin grandes secretos, sin ninguna retórica. Palabras simples, sencillas y de fácil comprensión. Y mucho tiene que ver con el primer acuerdo: la inmensidad de las palabras, la magia que esconden, el arma tan potente que suponen.
Continuamente nos comunicamos con los demás y la mayor parte del tiempo lo hacemos espontáneamente, sin meditar lo que vamos a decir y el poder que pueden tener nuestras palabras. Es normal, debemos interactuar de manera natural, sin controlar cada paso o cada palabra y por eso es necesario trabajar sobre nuestra manera de pensar, nuestra calidad de vida interior, de manera que en la medida de lo posible, nuestras palabras lleven a los demás al cielo y no al infierno.
No hay mejor manera que la espontaneidad y la improvisación para conocer realmente a una persona mediante sus palabras, pues en esos momentos te das cuenta de cómo es realmente. Si queremos ser impecables con las palabras, debemos empezar por nosotros mismos. Impecable, es decir, sin pecado, entendiendo como tal el daño hacia uno mismo. Hablemos en positivo, hablemos con respeto, ofrezcamos palabras de ánimo, de apoyo. Con un poquito de esfuerzo resulta tan fácil cumplir este acuerdo… y es tal la recompensa…
Aunque lo cierto es que, por mucho que lo intentemos (o en ocasiones nada), no siempre salen de nuestra boca palabras con magia, sino más bien de magia negra, pudiendo actuar sobre la otra persona como losas aplastando su ánimo, su vitalidad, su sueño… En ese caso, si te encuentras a alguien lanzando sobre ti este tipo de palabras, acude al segundo acuerdo, simplemente no te lo tomes personalmente. Porque tú debes ser tú, al margen de los demás y sus creencias. Muy probablemente esté lanzando sobre ti sus propios miedos, su ira o su impotencia. Incluso en ocasiones simplemente esas palabras no iban hacia ti, pero nuestro ego nos lleva a pensar que somos el centro de atención del resto de la humanidad y todo lo que dicen o hacen es por o para nosotros. Siento decirte que no es así, que ni tú ni yo le importamos tanto a la inmensa mayoría de las personas.
Y por favor, si un día te hieren mis palabras, dímelo. Procuraré que no suceda, en eso trabajo, y aunque es evidente que no siempre lo conseguiré, también es posible que no me haya explicado bien o que no hayas entendido lo que te quise decir. No hagas suposiciones, pregunta, duda de ti y tu interpretación de la realidad, porque ya sabes que hay tantas realidades como personas, tantas realidades como puntos de vista diferentes.
¡Ay, las suposiciones! ¡Cuánto daño hacen! Y lo más grave es el dolor que causan a pesar de tener fácil solución. Por un lado, como decía antes, pregunta, duda, indaga y sustituye la suposición por la certeza. Por otro lado, si decides suponer, bien porque no puedas llegar a la certeza, bien porque no lo consideres necesario, hazlo, supón, pero hazlo en positivo. Así, sin más, ¿por qué no? Por alguna extraña razón nos resulta más fácil creer al “no” en vez de al “sí”, al “negro” en lugar de al “blanco”, lo “malo” en vez de lo “bueno”, al “lo ha dicho para hacerme daño” en lugar del “no lo habré entendido bien”. En cambio, es tan solo una decisión que depende de nosotros y que podría ahorrarnos gran cantidad de disgustos, problemas, malestares y decepciones. Y si lo piensas todo son ventajas. Si aciertas, habrás evitado un malentendido con consecuencias imprevisibles; pero si te equivocas y en realidad iba contra ti, mejor aún, no habrás aceptado ese regalo envenenado que te quisieron dar, con la doble ventaja que ello conlleva: la de no tener en tus manos ese veneno y el hecho de que al no aceptarlo, se queda en las manos de quien te lo quiso dar. Lo dicho, todo son ventajas.
Y es tal la gratificación, que lo que podría aparentar un esfuerzo por querer dar siempre lo mejor de ti, se ve recompensado por el estímulo del saberse galardonado con el mayor de los beneficios, tu felicidad, tu paz, tu bienestar y equilibrio emocional. Por eso da siempre lo mejor de ti, haz siempre lo máximo que puedas hacer, sé la mejor versión de ti mismo y disfruta de sus consecuencias y la riqueza intangible que obtendrás.
Al final todo se limita al poder de las palabras, las que dirigimos a los demás, las que nos dedicamos a nosotros mismos y aquellas que recibimos y aceptamos como ciertas. Unas serán tesoros que nos hacen crecer por encima de nuestras limitaciones autoimpuestas, otras serán miserias que nos debilitan, generando nuevas creencias en nosotros.
Estas creencias actúan como grilletes, lastres de nuestra inmensidad que a lo largo de los años se han ido incorporando en nuestras vidas impidiéndonos alzar el vuelo para el que estábamos capacitados desde un principio y del que nunca fuimos conscientes.
Sí, eres ese águila imperial al que las creencias llevaron a nacer en un gallinero. Inconsciente de tu capacidad de volar y dominar el cielo, picoteas el suelo para conformarte con las migajas, esperando que llegue el día en que alguien te saque de tu error.
Creencias adoptadas desde niños, cuando nuestros padres marcaron nuestro futuro por sus propios miedos o sus propias creencias que nos hicieron heredar. Cuántos “tienes que”, “deberías”, “hay que” nos encadenamos unos a otros como algo natural, transformándolos en nosotros en “tengo que ser”, “debo hacer”.
Exigencias, perfeccionismo hacia nosotros; catastrofismo sin motivos; negación de nuestros problemas, debilidades o errores; sobregeneralización ante experiencias previas; etiquetas globales para identificar a una persona por un único rasgo; pensamiento polarizado que nos hace vivir en blanco y negro olvidándonos de la escala de grises; razonamientos emocionales que nos hace pensar que las cosas son tal y como nos hacen sentir; el sesgo confirmatorio que nos hace centrarnos en las cosas que nos interesan para que encajen con nuestro pensamiento; la lectura del pensamiento de los demás, por el que sabemos lo que piensan y por qué se comportan como lo hacen; la personalización de que todo lo dicen y hacen por nosotros; o el filtro selectivo por el que sólo nos quedamos con lo malo aunque lo bueno tenga mayor peso específico.
Creencias arraigadas desde nuestro alumbramiento que nos impiden conocer y desarrollar nuestro potencial, creencias educacionales tan difíciles de borrar desde el mismo momento en que son nuestros padres quienes nos las ofrecen, héroes de cualquier niño, entregadas con amor por nuestro bien… Inevitables, imposible e injusto culpar a esos padres que quieren lo mejor para sus hijos. Creencias adquiridas con el tiempo, efímeras o permanentes, que nos encadenan a la mediocridad, al acomodamiento o a la pesadumbre.
Más no desesperes, hay buenas noticias, ¡las creencias se pueden eliminar! Te propongo empezar por identificarlas, para ello no hay nada como cuestionarse todo, TODO. Tambalea todo tu conocimiento, pregúntate, cuestiónate, incomódate. Y a partir de ahí, confía en la palabra y en su poder supremo. Quiérete, háblate bien, mímate, confía, cree y sueña, porque si te tratas bien, creerás en ti; si crees en ti, empezarás a soñar, y si puedes soñarlo, puedes hacerlo.