Con la llegada del frío, los árboles aprovechan a desprenderse de sus hojas, sustituyendo sus espléndidas coronas por simples esqueletos a la espera de que llegue de nuevo el momento de poder lucirse.
Tras el gran festín de salmones y alguna que otra planta, el oso se retira a su osera donde poder resguardarse a emprender un sueño casi eterno ante nuestros ojos, pero vital para su crecimiento.
Continuamente podemos observar en la naturaleza cómo todos sus moradores alternan momentos de esplendor y gloria con otros de austeridad y modestia, cumpliendo fielmente el ciclo que la vida les obliga.
Y en esto, querido amigo, nosotros no somos más que otra parte de los inquilinos de este mundo y, al igual que nuestros vecinos, tenemos momentos de crecimiento o explosión y momentos de recogimiento o implosión.
Y así debemos entenderlo y aceptarlo, conscientes de que no es más que parte de nuestra idiosincrasia. Y así debe ser, pues sería anti natura pretender vivir permanentemente en un estado de euforia y embriaguez.
Tras todo un día de agotadora vida, necesitamos el letargo de la noche reparadora. Igualmente, tras épocas de gran actividad física, el cuerpo nos pedirá una tregua, bien mediante la sensación de cansancio, dolor o lesión física y, si seguimos sin atender su necesidad, podrían llegar a desarrollarse enfermedades, leves, graves o irreversibles.
Es curioso cómo, cuando se trata de nuestro cuerpo, solemos entenderlo perfectamente y atendemos a las señales que nos llegan sin mayor dificultad. En cambio, no nos resulta tan evidente cuando se trata de nuestra mente o incluso de nuestro YO espiritual, o al menos no sabemos cómo darnos ese “sueño” reparador que reclamamos a gritos ante oídos sordos.
Las preocupaciones van en aumento, la educación de los hijos es agotadora, muchas cosas por hacer para tan poco tiempo, acostarnos tarde y madrugar, trabajo, trabajo, trabajo y vuelta a empezar. Y para compensar un poco la balanza, ¿en nuestro rato libre qué hacemos? A lo mejor serás de los que encienden la tele al final del día con el fin de entretenerse sin tener que pensar en nada, o a lo más agarras el móvil, tablet u ordenador para consultar las redes sociales y obtener una dosis de dopamina directamente proporcional al número de “Me gusta” en tus publicaciones o del número de mensajes de Whatsapp que te han enviado.
A lo peor serás de los que, viendo la tele o consultando el móvil, tu cabeza sigue ocupada con las preocupaciones, la crianza o el trabajo, negándote el ratito de desconexión que tanto necesitas.
Da igual lo que hagas, pues al igual que el agua busca su cauce imparable, ajena a los edificios o construcciones que como ingenuos interponemos en su camino con intención de engañarla, tu mente buscará su alivio.
Y cuando hablamos de la cabeza, hablamos de palabras mayores, pues una enfermedad mental supondría perder el timón del barco, la gobernabilidad de tu vida. Es por ello que se hace más patente si cabe la necesidad de cuidarnos de manera preventiva, sin esperar a tener los síntomas o una lesión para empezar a hacerlo.
Si el cuerpo lo cuidamos con el ejercicio, la alimentación, el spa y el masaje, la pedicura, el dentista o el urólogo, ¿cómo cuidar la mente? Pues te diría que igual.
Me atrevería a decir que en el caso de la mente, el ejercicio no es deseable sino fundamental, siendo la formación su máxima expresión y su mejor alimento. Llévala al spa y mímala como se merece, para ello sólo necesitas meditación, mindfulness o realizar voluntariado.
Y con todo, quedaría un último paso. Cuando descubras que llegan las horas bajas, cuando te notes empequeñecer, que estás muy irritable, triste o quejicoso, date permiso y acéptalo, acéptate. En muchas ocasiones nos tratamos peor que a cualquier otra persona, siendo inflexibles y exigentes con nosotros mismos hasta el extremo. En cambio, es con nosotros con quien mayor compasión debemos mostrar, con la simple prudencia de no caer en la complacencia.
Todos hemos pasado por momentos así en nuestras vidas. Momentos en los que te sientes eufórico, capaz de comerte el mundo; momentos en los que en el trabajo tiras del carro con fuerza, seguro de lo que haces y con ganas de hacer más; ocasiones en las que tu entorno te reconoce como líder, valoran tu actitud positiva e incluso acuden a ti en busca de ayuda, pañuelo o simples oídos en los que poder descargar.
En cambio, los otros momentos también llegan y es cuando no siempre sabemos reaccionar. Momentos de cansancio, tristeza y apatía; momentos en los que vas a trabajar como cordero al matadero. ¿Cómo un líder, un ejemplo a seguir que acostumbra a ser dador de vida, puede permitirse caer? Pues precisamente por eso. No solo debemos permitirnos caer, sino que en esa caída nos va a ayudar compartirla con los demás, mostrar nuestra debilidad y dejarnos ayudar, comprender que la verdadera fortaleza reside en ser capaces de mostrar nuestras debilidades.
Es aquí donde se comprende la gran importancia de la formación, la meditación, el mindfulness o la oración, siendo éstas las bases que determinarán tu actitud ante la caída. Incluso de esa actitud puede depender lo profundo que será el pozo o el tiempo que necesites para salir de él.
Que tus bajones sean lentos o bruscos y tus remontadas sean pausadas o repentinas, es lo de menos, en gran medida depende de nuestros rasgos que conforman nuestra personalidad. Lo importante es disponer de una mente sana, equilibrada y en forma con la que afrontar los declives cuando se presenten, pues no es lo mismo una caída en barrena, sin control, que una caída en picado al estilo del gran halcón peregrino, aunque en ambos casos te encuentres descendiendo boca abajo.
Así pues, apaga de vez en cuando la tele y olvídate del móvil. Cámbialos por un libro, una meditación o una conversación. Desarrolla bíceps, abdominales o glúteos en la misma proporción que sacas músculo de tus neuronas. Quiérete, respétate y no seas cruel contigo. Aprende a aceptar tus hibernaciones y muéstrate vulnerable, pues te hará fuerte. Y sé líder, no solo en los cielos, sino también en los infiernos, que es donde el mundo más lo necesita.