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César Hernández

Pensamientos de Luz

¡SI NO LO DIGO, REVIENTO!

He necesitado dejar pasar varios días para poder sentarme a escribir sobre esto, pero sabía que lo tenía que hacer, porque si no lo digo, reviento.

Este tiempo me ha servido para que el mar embravecido que llevaba dentro se transformara en aguas algo más calmadas y, de este modo, conseguir encontrar la lectura positiva de mi enésima experiencia con una Administración que consigue alterar la serenidad que creo que me caracteriza.

Agradezco haberme acordado de aquel sabio consejo de no tomar decisiones importantes mientras estés enfadado, aunque particularmente lo ampliaría a los estados de euforia y lo reconvertiría en

No tomes decisiones importantes durante estados de ánimo extremos.

¡Y vaya si lo agradezco! La rabia e impotencia que me invadía volver a ser testigo del pasotismo, dejación de funciones y falta de empatía que sólo puede permitirse aquel que haga lo que haga, tiene el sillón asegurado, casi consiguió que perdiera las formas. La mala fe, amenazas y el “que se joda”, a punto estuvo de hacerme romper la baraja y responder disparando contra todo y contra todos, haciendo pagar a justos por pecadores e iniciar una guerra que sin duda provocaría muchos daños colaterales.

Es lo que me pedía el cuerpo al salir de aquel edificio que paradójicamente se encuentra en una calle con nombre opuesto a lo que provoca con tanta facilidad… ¿Casualidades o señales? Pero en lugar de eso, respiré hondo y ya en mi oficina, me hube de conformar con un ¡Hijos de puta!” que si no digo, reviento.

A punto de reventar

A punto de reventar

Lo confieso, no lo dije una vez, ni dos, ni tres, pero acudiendo a un dicho popular al que suelo recurrir en plan jocoso y por motivos más escatológicos, “mejor fuera que dentro”… Y es precisamente a este punto al que quería yo llegar.

No tengo ninguna duda de que el autocontrol fue un éxito para mí, pero la victoria la encontré en los demás. Mis compañeros escuchándome, sin más, permitiéndome escupir todos esos sapos y culebras acumulados durante tanto tiempo, permitiéndome dar un paso atrás hasta que me sintiera capaz de volver con plenas facultades de afrontar el próximo encontronazo, que seguro llegará. Y mi familia, como siempre, incondicionales, sin importar dónde, cómo, cuándo ni por qué, se abandonan para entregarse plenamente ante cualquier necesidad.

¡Qué importante es contar con los demás! Y no me refiero a buscar tan solo unas palabras de complicidad y aceptación que vayan en línea con mi forma de pensar, sino al hecho de poder tener a alguien con quien contar y al que contar cualquier cosa, pues qué cierto es que hay cosas que si no las cuentas, revientas.

Literalmente puedes llegar a reventar, sí. En este caso, me sentía como una olla a presión encontrando el límite de su resistencia, que si hubiera estallado podría haber ocasionado daños irreparables y, el mayor de todos, a mí mismo. Puedes reventar por dentro y llegar a desarrollar una enfermedad. Puede salir de tu cuerpo en formas de palabras o de eccemas, herpes o alopecia.

Por suerte encontré una válvula de alivio antes de que eso ocurriera, intentando poner en práctica las pocas herramientas que, en aquel momento de estrés, mi mente acertaba a encontrar. Una vez más, lo profesional y lo personal se funden impidiéndome separar lo uno de lo otro.

Probablemente se lo haya oído o leído a mi querido Carlos Pajuelo, a quien admiro y respeto profundamente, o quizá lo encontré en cualquier otro lugar, pero en cualquier caso, desde hace tiempo procuramos aplicar mi mujer y yo la técnica del “semáforo en rojo”, para que cuando las enanas nos consiguen llevar al límite a uno de los dos, haga saber al otro que su semáforo se encuentra en rojo y que se retira del “campo de batalla”, para que la retaguardia ocupe la primera línea de fuego mientras consigue volver a poner el semáforo en verde. Es exactamente lo que hice, retirándome del aquel foco de ignición antes de que terminara haciéndome explotar, dejando que otro continuara lo que tuve que dejar a medias.

Una vez más, mis hijas y mi faceta de padre me ayudó profesionalmente, pues si no hubiera hecho caso al semáforo, hubiera reventado.

Pero aquello no podía quedarse en el trabajo nada más. La familia es imprescindible. No entiendo a las personas que no cuentan nada del trabajo a sus parejas o a sus hijos, con la excusa de dejarles al margen de los problemas, como si haciéndose los fuertes consiguieran proteger a los suyos, cuando en realidad lo único que consiguen es cargar un peso innecesario y debilitar los lazos familiares. Quizá no lo haga siempre, pero cuando tengo algo que realmente me afecta, entonces siempre acudo a mi querida mujer, pues si no se lo cuento, reviento. No subestimes el poder de las palabras, el efecto que produce hablar en alto sobre un problema, las ventajas de compartirlo y la repercusión que tiene sobre ti el hecho de escuchártelo decir.

Y cuando me encontraba a solas con mi hija, volví a acudir a Pajuelo, o no recuerdo quién, para poner en práctica uno de esos consejos que tanto bien nos hacen y, a su vez, que me sirviera para desahogarme. No es otro que dejar de lado las preguntas como “¿qué tal en el cole?”, “¿qué has hecho hoy?” o “¿qué has comido?” y sustituir el tercer grado por hablar en primera persona sobre qué tal te ha ido el día, lo que has hecho, cómo te sientes, etc. Por imitación es probable que te cuente su día, llegando a explicarte cosas que con tus preguntas no conseguirías saber y, a su vez, aprenda a hablar de sentimientos con la misma naturalidad que lo haces tú con ellos.

Abrazos que curan

Abrazos que curan

Con seis añitos no podía contarle la historia tal cual, pero era el momento perfecto para hablar de sentimientos, explicarle cómo me sentía y ponerle ejemplos con algo que pudiera entender para explicarle qué lo había motivado.

Mis palabras fueron el preámbulo de una breve pero hermosa conversación con mi hija, pero sin duda, fue su abrazo, esos abrazos que curan el alma, el que me hizo recordar que el resto de la vida no importa ante tal muestra de amor y ternura, que nada merece tanto mi atención como ese momento y que, al no reventar, conseguí transformar uno de los peores días de mi vida en el más dulce recuerdo que unas horas antes hubiera sido incapaz de imaginar.

 

Pensamientos de Luz

Sobre el autor

Ingeniero por vocación, coach por devoción, con el coaching y el Reiki he encontrado el equilibrio perfecto entre lo empírico y tangible con lo imperceptible y espiritual. Mi fascinación por la capacidad de la mente, generadora de realidades, y sus efectos sobre el mundo material, es la excusa perfecta para desgranar cualquier frase, sentimiento o pensamiento.Este blog nace con la simple intención de compartir mis soliloquios y divagaciones, sin más, así es que, si te gusta lo que ves, entra y coge lo que quieras.


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