Jugaba con mi hija a algo parecido a las adivinanzas, cuando me lo puso difícil y necesité de ayuda.
Dame una pista -le pedí-.
“Eso” vive dentro de nosotros, en el centro del pecho…. Bueno, un poquito a la izquierda.
Lejos de intentar corregir su forma de describir el corazón, sentí cómo me estaba dando una lección que hoy me trae hasta aquí, haciéndoos partícipes de aquel sentimiento de nostalgia y envidia que sentí al descubrirme tan lejos de esa mágica forma de entender el mundo.
Dibujando un amor fugaz.
Juraría que entre los lectores de este blog no hay nadie de seis años, así que permitidme la primera persona del plural para afirmar que hace mucho tiempo que perdimos esa inocencia, que hace muchos años que nuestras mentes fueron invadidas por ese camalote llamado “educación”, más bien adoctrinamiento, con el que nos hicieron entender cómo es la vida, con el que intentamos enseñar a nuestros hijos cómo son las cosas para que puedan sobrevivir en este mundo.
“El corazón VIVE dentro de nosotros…”. No deja de resonar en mi cabeza esa afirmación, además de imaginarme su respuesta si hubiera seguido tirando de ese hilo, algo así como: “somos nuestro cerebro” o “existimos nuestra alma”.
Si a un niño le pides que dibuje el amor, lo primero que hará será dibujar un corazón. ¿Os dais cuenta? En un instante tuve que desaprender que el corazón no es más que un órgano vital para entender que, en realidad, el corazón es vida, que el corazón es amor y, en definitiva, que la vida es amor; al mismo tiempo, la mente es pensamiento y somos lo que pensamos, por más que nos empeñemos en hacer creer al mundo que somos lo que hacemos, que somos nuestros actos o que somos lo que tenemos.
Y entre cerebro y corazón, entre pensamiento y amor, vivimos lo que somos y nuestra alma nos otorga la existencia. Superando el cuerpo, los órganos y la piel, nuestro amor y pensamientos se transforman en energía para trascender más allá de lo físico.
Nuestro amor y pensamientos otorgan existencia a las personas que se fueron, haciendo que vivan dentro de nosotros. Nuestro amor y pensamientos otorgan existencia a nuestros sueños, fantasías que nos habitan, convirtiéndose en el último resquicio de aquellos niños que fuimos, imaginando a nuestro antojo y disfrutando de aquellas realidades inventadas como si fueran verídicas. Y es que, ¿acaso no lo son?
Jugando con mi hija recordé que debía desaprender.
Jugando con mi hija aprendí lo que es la vida.
Jugando con mi hija descubrí que quiero jugar más con mi hija para aprender a vivir.