Hola, ¿cómo estás? Pasaba por aquí y he entrado a saludarte.
Hacía tiempo que no nos veíamos y echaba de menos tu compañía. Ya sé que normalmente nuestros encuentros son más planificados pero, como te he dicho, pasaba por aquí y no quería que pasara más tiempo sin vernos.
¿Cuánto hace de nuestro último encuentro? Por lo menos hace dos meses de nuestra última charla de lo humano y lo divino. ¡Qué barbaridad! ¡Cómo pasa el tiempo! Los años parecen meses, los meses parecen días y los días una eternidad.
Pensar que pronto hará dos años que nos conocimos y hubiera jurado que pasó hace media vida. Todo este tiempo siendo mi refugio, siendo mi expansión, mi latido y mi palabra.
Años, segundos, tiempo, latido, vida… ¡Cuántas formas de medir el tiempo y ninguna dice nada! Imposible distinguir lo mucho de lo poco, lo largo de lo corto. ¿Es mucho dos años juntos? Dicen que a partir de dos años se puede hablar de una relación seria. Dos años bastan para escuchar a mi hija decir te quiero, pero apenas se distinguen en mi rostro.
¿Quieres saber una curiosidad que me viene a la cabeza? El año que viene cumpliré cuarenta años y podré decir abiertamente que llevo media vida junto a mi amor. Sí, sí, literalmente media vida. Y de la vida entera con mi amor, llevaremos media vida casados, sí, literalmente media vida…
Cuarenta, veinte, diez, cifras tan redondas que circunscriben mi existencia. Pero ¿dónde empezar a contar una vida? ¿Desde mi primer recuerdo? En ese caso debería remontarme a los tres o cuatro años, cuando me quedaba en la cama comiendo un plátano y “leyendo” un cuento mientras mamá se apresuraba a comprar el pan. ¿O quizá desde que fui independiente de pensamiento? Imposible definir.
Qué difícil me resulta saber desde cuándo empezar a contar, al fin y al cabo ¿qué es nacer más que dar vida a un cuerpo? ¿De qué sirve vivir si no germina en ti el verdadero nacimiento? Y entre tanto la vida pasa sin detenerse. Los días parecen meses, los meses parecen años y los años un suspiro.
Por cierto, no te he preguntado, ¿te pillo en buen momento? Es que tengo poco tiempo y hablo un poco atropellado. Han pasado tantas cosas desde nuestra última vez que las ideas se me agolpan en la cabeza y las palabras surgen sin orden ni control. Pero me gusta esta sensación de desnudarme sin motivo, sin nada que querer decir y con tantas cosas que contar. Es relajante hablar sin pensar en las palabras, sin coartar los pensamientos tan dispares que se descubren a su antojo con tal rapidez que se vuelven efímeros y obsoletos a cada instante.
Sería maravilloso si existiera una grabadora de pensamientos, aunque necesitaría varias vidas para reproducirlos… De nuevo el tiempo tan inconcreto, pensamientos efímeros convertidos en vidas enteras para su conocimiento.
Y a pesar de que mi mente no para, hay tantas ocasiones en las que no pienso en “nada”… ¿Nada? Imposible, simplemente son pensamientos inconscientes, pensamientos simples que pasan desapercibidos o tan complejos que no existen palabras para describirlos. Por eso es importante hablar, practicar el lenguaje y poner palabras a esos pensamientos y sentimientos que nos llegan, pues al fin y al cabo todo se entrena. Porque las palabras son al pensamiento lo que las hojas son al árbol, vistosas, decorando cada rama, que con su susurro junto al viento dejan intuir la magestuosidad del tronco que las soporta. Si las palabras no tuvieran un pensamiento vigoroso que las sustente, caerían caducas y marchitas.
Pensamientos convertidos en palabras que pensamos, perdiendo su infinita pureza, acotados entre un puñado de letras dispuestas en un orden definido y limitando un universo infinito en un diccionario con principio y fin. Palabras etéreas que al pronunciarse cobran vida poniendo música a las ideas, volando en busca de quien quiera y pueda capturarlas sin poder ser enjauladas. Palabras vaporosas que al escribir cobran cuerpo, peso y color, ocupando espacio, tinta y papel, energía convertida en materia, divinidad humanizada, que cierran la cadena del pensamiento escrito que al ser leído vuelve a convertirse en pensamiento.
Tiempo, vida, palabra y pensamiento. Por eso he venido hoy a dejarte mis palabras, pasaba por aquí y quería pensarte, que al dedicarnos este tiempo consigo vivirme, en tiempo y pensamiento.