Todos los conocemos y tenemos sobradas experiencias. Son de tanta variedad que es obligado referirnos a ello utilizando el plural. Si describimos su ejecución hemos de afirmar que consiste en unos breves y tímidos movimientos de labios proyectados hacia fuera buscando a la otra persona para transmitirle algo de lo que la mente piensa y el corazón siente y finalizan con un silencioso monosílabo, señal inequívoca de lo entregado.
Son muchos los besos, de muy diversas condiciones y algunos traemos a estas líneas sabiendo que los mejores son los que tenemos en nuestros corazones. Está el cargado de cariño y ternura al hijo pequeño que te mira con ingenuidad y gratitud, son limpios e inagotables, nunca cansan y siempre reconfortan. Está el del hijo que agradece parte de lo que se le dio y te deja cargado de paz y satisfacción, con la sensación de la labor bien hecha. También los hay suaves e impregnados de tanto respeto y amor que uno desearía adueñarse de parte del dolor y del sufrimiento de la persona a quien se le da, y recuerdo a los que les toca afrontar la triste realidad de la enfermedad.
Está el repetitivo y apasionado. El que desea vaciarse por completo en el ser amado, buscando una unión íntima en el cuerpo y en el amor. Tampoco quiero olvidar el beso pagado con dinero que intenta superar una soledad difícil de soportar, se sabe falto de cariño pero cargado de instintos y pasiones.
También los hay no sentidos, que responden a una obligación social y terminan igual que se iniciaron, aunque algunos podrían ser el comienzo de una nueva relación. Los tenemos que señalan y entregan al amigo confiado, van cargados de impotencia y envidia y arruinan la vida de quien los da. Los tenemos de veneración a Dios y a esa Madre a la que tantas veces acudimos buscando la paz o el consuelo perdido.
Hay miles y millones de besos diarios lanzados al viento en los andenes de las estaciones de trenes y autobuses o en los ventanales de los aeropuertos, van buscando el paso del tiempo a mayor velocidad. Sabemos que los besos de despedidas soportan tanto amor y frustración que producen un fuerte y desconsolado dolor. Y qué decir del beso ilusionado del encuentro real y del soñado, del hola y te quiero.
Y qué decir de esos besos que manchan de saliva y lágrimas las fotografías de quienes no están físicamente presentes. Es verdad la ausencia pero no lo es menos su presencia en lo más íntimo de nuestras vidas. Estos besos todos los hemos dado y son de los más lanzados, a ellos acudimos cuando la mente o el corazón reviven lo que fue y ahora no puede ser.
Tal es el poder del besar que si todos diésemos algunos más podríamos vivir mejor, con menos soledad y frustración, con más sentido positivo de la vida. Si su ejecutar es fácil y los sentimientos están, me pregunto porqué no los damos más.