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José María Fdez Chavero

Psicología y Vida

De la ocurrencia sexista a la violencia machista

 

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Algunos comentarios de los útimos sanfermines: “Es solo una chapita”. “Venga, hombre… es un chiste en una camiseta”, “Cómo estáis las tías ahora”. La Policía Municipal de Pamplona decomisó la tarde del pasado martes 219 chapas con mensajes ofensivos contra las mujeres: “Chupa y calla”, “para ser tonta no eres muy guapa” o “ser virgen no te hace una santa”. Entre esos mensajes y la historia que te cuento a continuación no hay mucho.

“Fue a partir del medio año de relación cuando empezaron los “incidentes”. Empecé a distanciarme de mis amigas porque cuando quedábamos, mi pareja siempre estaba y su pesadez resultaba molesta. También porque propició algunas discusiones dentro de mi pandilla. Y por si fuera poco, mi pareja empezó a demandar más atenciones por mi parte. El no pasar la tarde entera conectada al chat, el no hablar durante largo tiempo por teléfono o el no pasar la mayor parte del fin de semana con él se convirtieron en motivos de disputas y enojos. Y si intentaba evitarle, me llamaba de forma compulsiva hasta que se lo cogía y si no, me venía a buscar.

Aunque la situación no era propicia, todavía era manejable. No todo era malo después de todo, había todavía muchos aspectos positivos. Con el paso del tiempo, la situación empeoró. La relación con mis padres se volvió insostenible porque él me reclamaba continuamente. Con mis amigos solo podía relacionarme libremente en el instituto. Mi forma de vestir, de hablar, de ser, etc.; eran motivos de discusiones continuas. Si me arreglaba un poco es que quería llamar la atención de algún chico. Si me reía por alguna gracia de un amigo, es que quería intimar con él. Si hablaba en secreto con alguna amiga, es que le estaba criticando a sus espaldas.

Comencé a sentirme anulada, atrapada, agobiada; pero no era capaz de identificar esos sentimientos de forma consciente y, ante esas situaciones reaccionaba cada vez de manera más irascible, soberbia y descontrolada. Fue por entonces cuando empezó a pegarme y a día de hoy, sigo sin entender cómo ni siquiera era capaz de reaccionar. No permanecía impasible, trataba de defenderme, pero él no era más fuerte, llegué a tener miedo. Llegados a este punto, me había planteado dejarle, pero estaba convencida de que no encontraría a nadie más que quisiera fijarse en mí, y me sentía sola sin poder contar con mis padres, ni con mis amigos. Creía que solo podía contar con él, aunque fuera malo conmigo.

El día que le dejé procuré ser suave. Las semanas posteriores, se dedicó a llamarme de manera compulsiva al móvil y cuando veía que no podía contactar conmigo (pues había bloqueado todos sus números de teléfono), me llamaba al fijo teniendo que intervenir mis padres para pedirle que me dejara en paz. Cuando salía con mis amigos, esperaba rondando cerca de mi casa alrededor de la hora a la que yo solía salir, y para evitarle tenía que vigilar que no me siguiera o pedirle a mis padres que me llevaran. Llegué a llamar a sus padres (con los que había cogido confianza), para pedirles ayuda, para que controlaran a su hijo, para que me dejase en paz y por respuesta solo obtuve una mísera disculpa alegando que como era mayor de edad, ellos no podían darle órdenes.

No quise denunciarle. Pasaron unos días, cuando apareció pidiéndome que no le evitase porque necesitaba hablar conmigo. Fuimos a un parque cercano a mi casa y me pidió que volviera. Al ver que mantenía firme mi decisión, empezó a discutir y como la conversación no iba a ninguna parte, decidí marcharme. Me agarró del brazo para impedirlo. Yo traté de distraerle cogiendo su mochila y arrojándola lejos para que tuviera que ir a por ella y a mí me diera tiempo a irme. Pero antes de soltarla, me propinó un puñetazo en el ojo. Caí de bruces al suelo. Me llevé la mano a la cara y vi que estaba llena de sangre. Solo podía ver por el otro ojo, dado que la sangre no me dejaba ver a través de ese también. Me asusté.

Llamé a mis padres y les pedí ayuda. Mis padres habían salido corriendo a buscarme. Nos montamos en el coche y fuimos a urgencias. Al salir de urgencias, me llevaron a comisaría para que denunciara los hechos. Yo estaba dividida. Por un lado me había hecho mucho daño y quería que pagase por ello, pero por otro lado yo seguía queriéndole. Sin embargo, mis padres me presionaron y le denuncié. Mi declaración terminó de madrugada. Al día siguiente fue el juicio. Prestamos declaración por separado. Como no quería que le pasara nada malo, con la intermediación de la abogada que me asignaron de oficio y su abogado llegamos a un acuerdo: orden de alejamiento de quinientos metros. Pasó el verano, me reincorporé al instituto y poco a poco parecía que iba volviendo a la normalidad. Pero no estaba curada, seguía muy unida a mi ex-pareja. Era la definición exacta del síndrome de la mujer maltratada. Fue por ello por lo que mis padres creyeron que era necesario recurrir a los servicios de un psicólogo.

No habré tenido unas vivencias normales y gratas, y puede que también sufra decepciones en el futuro, pero no puedo hacer de ellas otra cosa que una enseñanza. Ellas son las que han hecho de mí una persona fuertecapaz de afrontar adversidades y de creer que aunque no la vea, hay luz al final del túnel. He aprendido que cada vez que nos caemos podemos levantarnos. Muchas gracias”.

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Sobre el autor

La solidaridad, la tolerancia y la justicia son valores imprescindibles para lograr una sociedad mejor para todos. Somos ciudadanos del mundo con el derecho a vivir y a ser respetado. Este blog quiere ser lugar de encuentro entre la Psicología y la Vida de todos los que lo deseen. Es posible hacer un mundo más justo.


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