Mi salud es buena, al menos en apariencia, y no sé cuántos años me quedan de vida física, ni los que le quedan a mis familiares, amigos, compañeros. Deseo que la muerte suceda con la lógica de los años para que el sufrimiento no sea descomunal, pero el final de esta existencia obedece muchas veces a caprichos de la naturaleza, difíciles de entender. Me pregunto por el futuro incierto de mis alumnos y de mis hijos. Esto del futuro es desconcertante, pero en el tema de la existencia humana sabemos que nos espera la muerte.
Hoy es un estupendo día para realizar, en unos minutos, un sencillo ejercicio de imaginación y de afectos. Es fácil si tenemos algo de paciencia y nos dejamos acompañar pero entiendo que algunos prefieran quedarse en la lectura sin más.
El primer paso consiste en sentarnos cómodamente, en un lugar tranquilo y, a ser posible, con pocas interferencias. Cerramos los ojos, respiramos con serenidad, alternando inspiraciones y espiraciones, sin prisas. Después de varias, nos imaginamos nuestro propio entierro y funeral. Vemos con los ojos de la imaginación a los seres queridos que escuchan, entre sollozos y suspiros, las palabras del sacerdote en la homilía. Entre ellos se encuentran los padres, mujeres y maridos, hijos y hermanos, nietos, amigos, etc. que lloran y se consuelan entre ellos. Al finalizar la eucaristía, se sitúan detrás de nuestro féretro para recibir los pésames. Se recrudecen unos llantos cargados de infinita tristeza, de recuerdos y sentimientos. El dolor es intenso y desgarrador.
Escuchamos lo que dicen de nosotros. Oímos comentarios variados. Nos vamos deteniendo en ellos, en si fuimos buenos hijos o si complicamos en exceso la existencia de nuestros padres. Escuchamos a las parejas sobre cómo fuimos durante los años compartidos. Llega el turno para los hermanos, hijos, amigos y compañeros de colegios, de ocios y trabajos.
Ojalá nos guste lo escuchado durante este breve ejercicio, pero si no es así, y han sido más las críticas que las alabanzas entonces hemos de cambiar. Existe la posibilidad de reorientar la manera de estar en este mundo. Si lo que hemos imaginado coincide con lo que queremos ser, entonces tenemos la inmensa fortuna de andar centrados en la vida.
Termino con una frase de un santo vasco y español, San Ignacio de Loyola. Estaba convencido de que “no el mucho saber harta y satisface el ánima sino el gustar de las cosas internamente”. Es una magnífica enseñanza que debemos aplicarnos si ambicionamos la felicidad terrenal y la eterna. Mientras el corazón siga latiendo disponemos de tiempo para transformar lo que no nos agrade de nosotros y alcanzar el sueño de convertirnos en ese hombre o esa mujer que anhelamos ser. Abandonemos las miserias y limitaciones que nos anclan en la mediocridad y caminemos hacia la bondad. A veces, es preciso vivir como locos para morir como cuerdos, al igual que don Quijote de la Mancha que hizo del amor y la compasión la esencia de don Alonso Quijano.