(Extracto charla Colegio Santa Teresa de Badajoz invitado por AMPA).
Les hablo como padre de dos alumnos que comparte ilusiones y preocupaciones y la de profesor de bachillerato. Cuando me invitaron era consciente de que debía centrarme en la educación. Es lo que se espera e interesa. Aquí están nuestros hijos, nuestros alumnos. Todos deseamos tener buenos estudiantes y mejores personas.
Comencé a prepararla y pensé en ellos, en sus ilusiones y problemas, en sus dudas, dificultades, estudios, tareas, relaciones, futuro…Recordé las cifras de fracaso escolar y de repente me sentí repetitivo y con cierto pesimismo. Estamos todos los años en el mismo tema. Me empecé a agobiar y a aburrir.
Pasé a la sociedad. Se me vino a la mente las drogas y el alcohol; la pérdida de valores, de creencias, de sentido de la vida; la violencia doméstica, en las aulas y calles; el terrorismo y las guerras; la falta de presente y de futuro para muchos;… y me agobié mucho más.
Y esto con el compromiso de que me había comprometido a dar la charla. Pensé: nadie me ha marcado el tema, ni la duración. No he firmado ningún contrato y mi minuta es bien ligera. Así llegué a la pregunta ¿de qué me apetece hablar? Aquí me sentí seguro. Di rienda suelta a mi memoria y me fui a mis años de estudiante. Os invito a acompañarme, cada uno desde sus recuerdos, a revivir los años de colegios, amigos y compañeros.
Mis padres nunca me preguntaron la lección, ni me revisaron las tareas. Sólo algunas veces me preguntaban cómo había salido el examen. Recuerdo que teníamos muy claro que había que estudiar, que a una determinada hora se comenzaba y a otra se dejaba sin que nadie tuviese que avisar. Me sentí reconfortado. Es obligado preguntarse si ¿tenemos claro y ellos tienen claro que deben estudiar?
En la adolescencia no me gustaba estudiar ni hacer deberes, pero la alternativa me gustaba menos. Disfrutaba los fines de semana y entraba en los lunes con pereza y mal humor. Los primeros fines de semana del curso, después no porque había que estudiar, acompañábamos a mi padre a coger aceitunas y deseábamos que saliera lloviendo para no ir. De nuevo hemos de preguntarnos si ¿tenemos claro y tienen claro cuáles son las alternativas?
Miraban el boletín de notas y decían: “en ésta hay que apretar, éstas bien”… y no era necesario más. Nunca fueron a pedir explicaciones de una nota… Reconozco que no soy capaz de hacer lo de mis padres, aunque lo intento. Hemos renunciado a patrones educativos que dieron buenos resultados con nosotros. Es evidente que debemos adaptarlos, pero no suprimirlos.
Desde aquí, con cariño y siendo consciente que son discutibles, comparto algunas sugerencias que pueden ayudar en la educación formación de nuestros hijos alumnos.
Seamos padres y no pretendamos ser amigos, porque la paternidad ya conlleva la confianza. No los dejemos sin referentes. Nunca hemos tenido padres tan tolerantes ni nunca niños tan necesitados de un apoyo seguro, con directrices claras y normas razonables para ordenar sus vidas. Compartir tiempos, juegos, experiencias… que transmitan el deseo del diálogo, de la escucha, desde la comprensión y el respeto.
Recordemos nuestra etapa de estudiantes. Recordaremos muchas enseñanzas positivas para aplicar y algunas negativas para no reproducirlas. No piensen que no tiene sentido lo vivido. Es cierto que ha cambiado, pero no tanto como para pensar que ya no vale. Recuerden sus notas y amigos, los éxitos y también los fracasos y castigos. Esto nos ayudará a no agobiarles con la perfección, tampoco con el miedo al trauma porque ni somos perfectos ni estamos traumatizados con lo recibido.
Si nos fijamos en lo que somos, con sus más y sus menos, es posible que nos gustemos, por lo que no nos ha ido mal con la enseñanza recibida.
Debemos preguntarnos ¿cómo quiero que sean mis hijos –estudiantes?: buenas personas, trabajadores, cariñosos y sensibles, formadas… Lo que se pueda cambiar o mejorar hay que hacerlo, lo que no se pueda habrá que aceptarlo. No es la profesión lo que dignifica al hombre o a la mujer, sino el cómo se desempeña.
En la vida hay normas y límites. Hemos pasado de límites claros, a veces rígidos y poco dialogados, a una difusión de ellos. Confundimos horarios y esfuerzos con el miedo a quebrar una libertad mal entendida o a que se traumaticen. Nuestros hijos no son de cristal aunque podemos convertirlos en eso. Hay límites de tiempo con los móviles, juegos, hora de acostarse…
Organización: Hay horas de estudios, como las hay de juegos y de salidas. Ayudémosle para que encuentre el equilibrio entre su tiempo y sus intereses, gustos y obligaciones.
No justificar la falta de trabajo que solo engaña al que justifica y debilita al que no cumplió con su deber.
Animarles a tomar decisiones, con la seguridad del apoyo, también en el error. Siempre repito hasta la saciedad que lo más que puede pasar es equivocarse y si eso ocurre, se cambia y se mejora.
Valorar el esfuerzo y la mejora en el trabajo, como decía el poeta Juan Ramón Jiménez “tenerlo todo pero con esfuerzo” o como aseguraba Picasso “yo no sé si alguna vez me llegará la inspiración pero si me llega me encontrará trabajando”.
Confía en tu educación, en los principios de respeto y esfuerzo que te transmitieron tus padres y familia. Confía en lo que eres, en tus éxitos y en cómo afrontaste los fracasos. Confía en el colegio, en los maestros, profesores. Confía en los padres. Qué importante que padres y docentes compartamos información y criterios. Si confiamos estaremos más relajados y viviremos mejor y formaremos un buen equipo colegio- familia, docentes y padres y nuestros hijos estudiantes crecerán en la mejor de las direcciones.