Siempre me han parecido preciosas y encantadoras, llenas de vistosidad y plenas de embriagadoras fragancias. Las flores tienen muchos significados, nos ayudan a mostrar nuestros agradecimientos, a reconocer los méritos de los demás o sus penas y dolores. Las flores adornan las celebraciones en las que dos personas se prometen amor eterno y también dulcifican las tumbas de aquellos que quisimos y recordamos cada instante. Han jugado un papel importante en la celebración gozosa por el nacimiento de un hijo, en el amor declarado de la persona amada y en el llanto ante la muerte del familiar querido.
Las flores alegran el espíritu, dulcifican el ambiente distante de un desencuentro o de un malentendido. Su aroma nos alegra la vida y su colorido nos deslumbra. Si estuvieran más presentes en la existencia humana nos daríamos cuenta que las tensiones disminuyen, las amistades aumentan y se consolidan y las caras sonríen.
Yo he tenido varias ocasiones en las que me alegraron la vida y hoy deseo compartirlas en señal de agradecimiento. En una de mis clases en la universidad salió el tema del simbolismo en las relaciones sociales y puse varios ejemplos referidos a las flores. Cuál fue mi sorpresa a los pocos días cuando el bedel llamó a la puerta del aula y me pidió que saliera porque había una persona que me quería entregar algo. Pedí disculpas a los alumnos y salí para saber qué era eso que tanta urgencia parecía tener. Mi sorpresa fue mayúscula. Un chaval joven portaba un ramo de flores para mí, firmado por alumnos de esa asignatura. Me invadió una profunda satisfacción y alegría, con algo de nerviosismo y vergüenza. Al entrar con mi ramo de flores di las gracias. Me sobrepasaba la emoción. A los pocos minutos me detuve, les miré y volví a mostrar agradecimiento
También recuerdo el día que retomé las clases después de la muerte de mi padre. Al comenzar noté cierto revuelo y vi a un alumno y a una alumna que se dirigían a mí con una gran cartulina amarilla y un ramo de flores. La cartulina contenía la firma de todos ellos y la frase “probablemente no encontremos el camino, pero nos sobrarán las ganas de volar”. En un instante reviví la tristeza por la muerte de mi padre, pero también el gozo de tener alumnos sensibles, llenos de bondad y detalles. No sé si ellos fueron conscientes de lo mucho que me llegó al alma y al corazón lo que hicieron ese día. La cartulina la enmarqué y está adornando una de las paredes de mi casa.
El tercer hecho fue después de presentar a una ponente amiga a la que aprecio mucho en las II Jornadas formativo vivenciales celebradas en Badajoz. Es la fotografía que encabeza estas líneas. Su ponencia era sobre el cáncer de mama y la depresión. Al agradecerme la invitación a participar, su hija subió al escenario y me entregó un bonito ramo de flores. Fueron minutos de máxima intensidad en nuestra relación, nos abrazamos sabiendo que la lucha contra el cáncer se plantea desde la unión de los buenos sentimientos.
Son tres anécdotas de historias muy diferentes y todas ellas plagadas de vida y de buenas vibraciones.