(Carta de un nieto por la muerte de su abuelo).
Desnudos ante la inmensidad de lo desconocido.
Hace 5 años ya, 5 años de ese día que no podré olvidar el resto de mis días. Todavía me acuerdo como si fuera ayer o esta misma mañana sin ir más lejos. Me acuerdo de cómo desperté, llamado por ese cálido sol de diciembre en una mañana como otra cualquiera, soleada, con un cielo radiante que invitaba a estar fuera no sin antes abrigarte.
Tras un rápido vistazo a la habitación me levanté. Fui caminando hacia el salón con paso lento y adormilado pensando en lo desafortunado que era por no estar en Madrid, como solíamos hacer por estas fechas, sin llegar a caer en la cuenta de que a mi alrededor se respiraba una atmósfera triste y diferente al de otros muchos días.
Al entrar en el salón advertí que mis padres ya estaban levantados y por lo que se veía desde hacía rato, cosa que me sorprendió. Al darle un beso a mi madre noté que sus bueno días eran diferentes, quizás más melancólicos. Me parecieron rotos y silenciosos.
Lo que me hizo darme cuenta de que algo no iba bien fue ver una lágrima correr por el rostro de mi padre al darme ese beso que todo padre tiene. Me senté movido por mi inocente conciencia de tan solo 10 años y me enteré entre sollozos de que mi abuelo había fallecido.
Mi abuelo estaba en un lugar al que los cristianos llamamos cielo, al ser creyente eso me tranquilizó aunque no me quitó la tristeza que inundaba ya mi alma y que, como tsunami que arrasa todo, pronto llegaría a mi corazón, a mi cerebro y al resto del cuerpo. Desayuné con mi hermana. Absorto en mis pensamientos recordaba mi infancia bañada en alegres recuerdos con mi abuelo.
Mi padre se fue pronto, cogió el coche y marchó al pueblo a velar y recibir a todas esas personas allegadas a mi abuelo que fueron a darle el último adiós. Nosotros (mi madre, mi hermana y yo) salimos poco después. Al llegar al pueblo, noté que para todo había cambiado. Era diferente, triste y apagado. Quise entrar a darle ese último beso de despedida a mi abuelo, ese beso que bien sabe a muerte y a un hasta pronto que será largo.
No me dejaron y ante esa negativa rotunda por parte de tíos y primos mayores me tuve que conformar con velar y llorar en silencio con mi hermana y mis primos de la misma edad que yo desde fuera.
Lo que acontece después no es relevante.
Cada año por estas fechas me acuerdo de ti, abuelo, de esos paseos por el corral, de esas comidas de Año Nuevo en las que compartíamos santo, de esos ratos alrededor del brasero o la chimenea. Sé que te volveré a ver aunque no sé cuándo, pero cuando lo haga deseo que nuestras almas y nuestros pensamientos y recuerdos se fundan en un abrazo que rompa el cielo y la tierra y que aclamen a los ángeles sin cesar porque ese día triunfará el amor y la vida sobre la muerte.
A toda esa gente que me dice: “pobrecito, perdió a su abuelo” le respondo: “pobrecito no, pobrecito aquel que no disfruta de su abuelo porque yo mientras vivió lo quise y lo amé y disfruté cada segundo con él. Me reencontraré contigo en el más allá y nadie nos podrá separar más”
Te quiero,
Tu nieto Manuel