Nació el 5 de mayo de 1818 en Tréveris, Prusia, y falleció el 14 de marzo de 1883 en Londres, a la edad de 64 años y es uno de los grandes pensadores de la historia. Deseo que mis palabras sean de reconocimiento a una persona que quiso mejorar el mundo, aunque no lo logró como él pretendía. Ha sido interpretado por muchos, alabado en infinidad de ocasiones y criticado en otras tantas. Inspiró a políticos, economistas, sociólogos y filósofos, a poetas, periodistas, etc. que vieron en su sabiduría una nueva clase de pensamientos e ideas. Es uno de esos seres que la naturaleza nos regala para ir moldeando y acuñando la evolución, al margen de que se coincida o no con sus planteamientos, como es el caso de quien firma esta reflexión.
Antes de continuar, quiero mencionar otros hombres y mujeres que también han jugado un papel importante en la historia aunque hoy no nos detengamos en ninguno de ellos. Son innumerables los que nos ayudan a ver la vida en clave de positividad y mejoría y a mí me despiertan poderosamente la curiosidad y me generan inquietud y agradecimiento. Platón por su carácter idealista y soñador; Jesús de Nazaret por su bondad, entrega y sensatez; Teresa de Jesús por su sentido de Iglesia; Immanuel Kant por su acertada ética del esfuerzo y del deber; Friedrich Nietzsche por su carácter crítico e inconformista; Martín Luther King por sus sueños de humanidad; Mahatma Gandhi por su lucha por la paz desde la paz; Teresa de Calcula por su gratuidad y sencillez y podríamos seguir porque tenemos la inmensa fortuna de pertenecer a la especie humana.
Dejo en la memoria a otros, convencido de que todos tenemos nuestros inspiradores. De ellos aprendemos a interpretar la realidad, si somos capaces de transcender nuestro pequeño mundo.
Vuelvo a Karl Marx, por ser uno de ellos. Deseaba el final de las luchas de clases que padecemos desde el inicio de los tiempos, quería que viviésemos en paz y armonía, desde el respeto. Afirmó que la filosofía, el pensamiento, no sirve para nada si no nos ayuda a cambiar el mundo. Quiso acercarse a la sociedad desde los pobres, no para animarles a aplastar a los ricos, sino para decirles que debían confiar en ellos mismos, en la unión como camino del éxito. No fue su vida fácil, hubo penuria económica e incomprensión, no pocos desencuentros ideológicos con algunos amigos y con personas poderosas de su época.
Me quedo con su deseo de erradicar el odio aunque no lo consiguió. De esta manera llegó a la muerte, convencido de que algún día se viviría en paz y sucedió que no fue así porque comenzaron a interpretarle. Algunos vieron en sus palabras y doctrinas el germen de unas revoluciones sangrientas y mutiladoras; otros transformaron sus escritos en el baluarte de injusticias, dictaduras y totalitarismos; y también los hubo que utilizaron su nombre para nuevas divisiones.
Admiro su esfuerzo por crear un mundo mejor, no coincido con muchas de sus ideas y menos lo hago con las interpretaciones políticas que se han realizado de él pero estoy convencido de que este tipo de personas son imprescindibles para seguir avanzando. Dedico estas líneas a los que miran hacia delante, convencidos de que tenemos un reto importante: convivir desde parámetros de justicia y amor, con espacios para los de derechas y los de izquierdas, ricos y pobres, creyentes y ateos, hombres y mujeres, de cualquier raza y orientación sexual.