No represento a nadie, tan solo a mí mismo. Lo escrito a continuación lo hago desde los sentimientos y plagados de razones y de justicia. Acepto la discrepancia y no entro en debates estériles que nos desgastan y no nos hacen avanzar. Me definen y me autodefino como discapacitado, es cierto, soy un discapacitado de muchas capacidades que no poseo o las tengo tan poco desarrolladas que prefiero decir que no las tengo. Decimos que no nos gusta esta palabra y es cierto, a mí tampoco me gusta pero es la que hoy quiero utilizar porque así se nos conoce en la sociedad, en los medios de comunicación, en educación y en los presupuestos del Estado y de las Comunidades autónomas…y en la calle.
Los discapacitados somos libres. Tenemos el derecho a proclamar y a gritar a los cuatro vientos que nos queremos como somos y estamos felices de ser así. Tenemos el derecho a estar en las calles y a sentarnos en los parques y en las terrazas para tomar algo o para ir a comprar lo que necesitemos o para coger el autobús que nos lleve al cine o a la pista del polideportivo o para no hacer nada. SOMOS LIBRES.
Somos ciudadanos con derecho a formarnos, a ir a los colegios, institutos, universidades, según podamos y queramos. Podemos caminar por donde nos apetezca, rezar si así lo sentimos, bailar si nos gusta en las salas de fiestas. Nadie nos podrá impedir reír en los parques o cantar un cumpleaños feliz de algún amigo.
Dejemos que nuestros corazones, nuestras mentes y espíritus se enamoren y se ilusionen con otras personas. Miremos las tiendas para entrar y leamos las cartas de menú para pedir lo que nos guste.
No etiquetemos, ni valoremos con tanta superficialidad a los demás y exijamos que nos traten de igual manera. Yo, José María o Ángela o Alex o Alfredo o Isabel o Elena o Loli y tantos otros, somos seres humanos, hombres o mujeres, con sueños e ilusiones, con miedos y dificultades, con deberes a cumplir y derechos a disfrutar, con familiares y amigos, con muchas positividades y algunas negatividades, con capacidades y deficiencias…como tú. No soy más que tú pero tampoco menos. No me das pena y yo tampoco quiero darte pena. Te respeto en lo que eres y quiero que me respetes en lo que soy.
Acompáñame en esta hermosa aventura de la vida y yo te acompaño, como dos seres libres que desean ser felices y nunca me limites en mis derechos y posibilidades, como sí sucede ahora.