Una inoportuna baja laboral de mi buena amiga la profesora de la asignatura fue la causa por la que el colegio me propusiera suplirla. En un primer momento me resistí, pero el aprecio que siento por el colegio y por mi amiga y la posibilidad de tener a mis hijos en clase me llevó a aceptar ese reto. 150 compañeros de aulas, adolescentes entre 14 y 17 años era un hermoso reto para mí al que no podía negarme.
Mis primeros contactos fueron de tanteo mutuo y en ellos me quedé encantado, suponía inyectar en mi vida la sana locura de la adolescencia. En estos meses hemos tenido hermanos mayores hablándonos del esfuerzo y de la amistad, padres y madres hablándonos de la Fe, padres sincerándose con sus hijos acerca de lo que para ellos supone ser padre, también fueron las madres para hablarles del milagro de la vida y no faltaron profesionales docentes y no docentes que se sometieron a entrevistas grupales sobre sus vidas y sobre sus creencias.
Vino el pregonero de la feria del libro de Badajoz y gran médico y mejor persona para tratar la educación sexual y otro día contamos con todo un señor, teniente coronel del ejército, para hablarnos de la paz y de la guerra desde la visión de un hombre comprometido con la vida. No podía faltar la historia de un sacerdote y de una religiosa, ambos jóvenes, que nos cuentan porqué ellos dijeron sí a Jesús y después de unos años siguen viviendo esa entrega a los demás.
Y una buena amiga nos habló del sentido cristiano de la enfermedad desde el propio padecimiento, o cómo dos hombres agradecen a la vida la nueva oportunidad que les llegó con el trasplante de órganos, debatimos sobre la violencia de género, sobre la igualdad de hombres y mujeres, sobre los malos tratos en las aulas con tres profesionales terapéuticos, sobre la falta de respeto a la naturaleza y a los espacios comunes. Pudimos compartir nuestros textos preferidos de las Escrituras o la visión personal que tenemos sobre Jesús de Nazaret. Plantamos cara al alcohol y a las drogas con dos magníficas profesionales de Cáritas, psicóloga y trabajadora social.
Nos detuvimos en nuestros sentimientos para compartirlos, en nuestras cualidades para tomar conciencia de que hemos de potenciarlas y de nuestras carencias para aceptarlas e intentar suplirlas. Y también comimos bombones, y nos reímos y se nos escaparon algunas lágrimas.
A algunos les volveré a ver en la historia de la filosofía y en filosofía y a otros no porque se cambian de centro, pero todos ellos saben que detrás de un número de teléfono siempre se encontrarán la voz del “viejo profesor” que les dirá “qué alegría oírte, dime…” y escuchará e intentará ayudar. Gracias “simpáticos y aplicados adolescentes”, compañeros de aulas. Nunca olvidéis que nuestro Dios es el de la vida, el que desea entrar en el aula, el que pisa las calles y se compromete.