Llega el autobús, se detiene y abre sus puertas. Los primeros viajeros se bajan y se nota el cansancio de la noche y los efectos de las horas de fiesta. La música a tope les han ensordecidos y les obliga a hablar alto para comunicarse. Secuelas del alcohol ingerido se nota en algunos, los menos, en el caminar impreciso, en sonrisas inexpresivas y miradas perdidas.
El alcohol es eterno en las celebraciones. Se nace y se brinda, pasamos de año y brindamos, llega el final de curso o el cumpleaños y se levanta la copa de nuevos brindis. Aprobamos o suspendemos, nos ascienden o perdemos el trabajo, presenciamos el “sí, quiero” y aparece la bebida de los falsos dones de la magnificencia, de la sabiduría y la sociabilidad.
El autobús cierra sus puertas y regresa para recoger a los que pueden ser los últimos. Sigo con mi paseo mañanero. Oigo a lo lejos a otros chicos que vuelven a sus casas. Me llama la atención el de la camisa azulada porque se ha subido a la estatua situada en el centro de la rotonda. Los otros jalean con risas escandalosas y gritos la supuesta hazaña. Cansados del logro, abandonan la rotonda y cruzan, con pasos zigzagueantes, los metros que les separan de la acera. Continúan con sus algarabías y uno comienza a vomitar.
Los dejo con sus vidas, consciente de que pueden ser los efectos de una noche en la que algo se ha descontrolado. Deseo que aprendan y no sea otra más en la que el alcohol se adueña de sus existencias. Intento, sin conseguirlo, no pensar en los padres y hermanos y me invade el desconsuelo.
El alcohol es ese señor convertido en bebida que acompaña en la alegría y en la pena, que distrae y ayuda a fantasear. A veces se transforma en dueño y tirano despiadado que reclama continua presencia y del que es muy difícil desprenderse. Cuando sucede la persona pierde la libertad y se convierte en marioneta a merced de tan macabro despiadado. La vida pasa a ocupar los asientos del sinsentido, del vacío más absoluto de una existencia penosa. Es el momento en el que se depende de él.
El alcohol, maquillado en cientos de sabores y colores, es simpático compañero de nuestras vidas o es despiadado maltratador, dependiendo del uso que hagamos de él. Si cada vez que salimos con amigos, familia o compañeros, lo situamos en el centro del grupo y marca el ritmo del tiempo entonces tenemos un problema. Si en el centro colocamos la amistad y los deseos de compartir pensamientos, vivencias, bromas y gracias, confidencias y complicidades, entonces será un grato compañero y nada más, ni amigo ni tirano.
El alcohol no es invento de la ciencia ni de la sociedad actual. Su origen es tan difícil de fijar como el del ser humano, pero la diferencia de las épocas es que ahora llega antes a las vidas y se convierte en el eje de excesivos encuentros entre los jóvenes. La sensación es que no se puede estar sin él y aquí radica la preocupación.
Somos los responsables de nuestras existencias y de nuestras decisiones depende el presente y el futuro. Ojalá sepamos hacer un uso adecuado de él.