Ese fue el comentario de un prisionero a otro en un campo de concentración durante la segunda guerra mundial al contemplar la puesta de sol después de un día entero cavando en el interior de una zanja, con los pies descalzos y el cuerpo destrozado.
No hay que irse lejos de nuestro entorno para disfrutar del amanecer o del atardecer, de un árbol o de una flor, de un pájaro posado en una rama o de un perro corriendo hacia el amo para sentir esa belleza de la que hablaba el anónimo prisionero. Y qué decir de esa mirada del hijo agradecido, de la del padre orgulloso o la de la madre pronunciando tu nombre o del olor del guiso de la abuela, o el del pan recién hecho o del césped recién cortado. Momentos inolvidables de encuentros con amigos, fiestas familiares, éxitos en los estudios o reconocimiento en el trabajo.
La belleza de la vida se ve empañada por enemistades y desencuentros de egoísmos, de avaricias que desean apropiarse de lo que les pertenece a los demás. Si tuviéramos más presentes la máxima de no hacer lo que no quieres que te hagan a ti, estaríamos mejor, más felices, con menos dolores de cabeza y penas en el espíritu.
Pensamos que podemos hacer poco para mejorar la sociedad y es posible que sea cierto si nos vamos a lo grande, pero si nos fijamos en lo pequeño y cada uno se preocupa más de su espacio entonces tendríamos un sumatorio incalculable y una vida más placentera.
A modo de sencillas sugerencias. Nos iría mejor si no dejáramos en el suelo la botella o la lata de refresco consumida o el papel utilizado e inservible o el excremento del perro. Dormiríamos mejor si la música se escuchase al volumen adaptado a la hora del día y a la circunstancia. Nos haría más sensible ceder el asiento al que lo necesita, sea anciano o mujer embarazada o quien sea, también erradicar las palabras malsonantes y los insultos al prójimo.
Estaríamos más conformes con nosotros si no nos colásemos en la parada del autobús, ni engañásemos al profesor, ni tratáramos sin delicadeza al estudiante tras el error cometido por despiste o falta de estudio.
Sería estupendo dar más veces los buenos días, pedir las cosas por favor, mostrar más agradecimientos y pedir más veces perdón. Estoy convencido de que practicar estas sencillas sugerencias nos mejoraría como personas y seríamos más felices, sonreiríamos más y nuestro corazón latiría con más alegría.