Expresión coloquial y cariñosa que podemos escuchar con frecuencia a personas sensibles y bienintencionadas para referirse a otras que consideran con menos capacidades que la media de la población. Piensan que los referidos como pobrecitos tendrán más dificultades en la vida porque sus capacidades intelectuales y sus destrezas físicas, manuales y verbales están por debajo de lo que reclama esta sociedad para triunfar o, por lo menos, para valerse por sí mismo.
Pobrecito supone una valoración de dificultades con una probabilidad bastante alta de ser cierta. Lo que no me parece adecuado es el término empleado porque se hace sin tener en cuenta lo que piensa y siente el valorado.
Es tiempo para olvidar estériles penas o lastimosos consuelos que nos inactivan y nos nublan los ojos con lágrimas, señal de que no les conocemos. Es hora de llamarles por sus nombres, reconociendo sus derechos y obligaciones.
He tenido la inmensa suerte de haber compartido tiempo y actividades con personas con inteligencias límites, con trastornos del desarrollo como autismo, con síndromes de Down durante algunos de mis años de juventud y ahora poseo la regalada fortuna de compartir mis días y horas con una de estas personas.
Disfruto acompañando a quienes padecen los sinsabores de esta delicada existencia, o a los que afrontan sus limitaciones de salud y de autonomía con diferentes escalas de valores. Sin ingenuas ni engañosas palabras y opiniones, siento la obligación moral de afirmar que los mal llamados pobrecitos se encuentran muy cerca del objetivo de vida de todos, el de ser felices.
La vida muchas veces quita y otras suma y esas cambiantes y oscilantes operaciones matemáticas me han llevado a sentir y presenciar sus continuas enseñanzas que nos transmiten y de las que no siempre somos conscientes, como las de sonreír ante las dificultades, las de animar al que falla o las de mostrar consuelos en los momentos de tristezas. Mi duda es si ante las enseñanzas de tan brillantes maestros correspondemos como dignos y aplicados alumnos. Mi experiencia, expresada con el mayor y delicado de los respetos al resto de los vivientes, es que este mundo es más humano y bueno porque esas personas forman parte de él.
Agradezco a sus asociaciones y a las de sus padres la lucha continua por unos derechos tardíos y por otros que no llega (como son los de formación y trabajo), el compromiso con sus deberes, la esperanza en un mundo más justo y solidario, la gratuidad de sus esfuerzos, las ilusiones ante lo pequeño y cotidiano. Les admiro porque hacen de los afectos uno de sus signos de identidad y de lo sencillo algo bello, pero sobretodo, lo que más me maravilla son sus demostraciones gratuitas de sentimientos y la visión optimista de la vida.
Pertenecer al equipo de los “pobrecitos” es jugar con la ventaja de los ganadores.