Celebramos el día de la madre en momentos difíciles e inciertos, con el recuerdo y pesar por las muchas personas fallecidas, con miles de enfermos y en una situación sanitaria y laboral realmente preocupante. En medio de tanta desazón nos llega el oasis del día de la madre.
Muchos no podremos estar físicamente con ellas, ya sea por las restricciones a las que nos tiene sometido el virus o porque ya gozan de una vida plena y espiritual, pero eso no nos impide sentirlas en la mente y en el corazón. Ellas están siempre.
La naturaleza ha diseñado, con la inspiración de Dios y la evolución de siglos, el lugar perfecto para que todas las especies se desarrollen y lo ha hecho a través de las hembras, de la mujer en el caso de los humanos. Útero es el nombre de ese misterioso lugar en el que se produce una imparable multiplicación de células y una sofisticada y complicada diferenciación que nos lleva al embrión y después al feto y, por último, al bebé que nace.
Esas 40 semanas de gestación están impregnadas de paciencia por parte de la mujer que acoge y de los que la acompañan y, sobre todo, de la nueva vida que se desarrolla y encara el complicado reto de hacerse persona. Semanas en las que los genes heredados dictan cómo moldear órganos, tejidos e infinidad de células. Pero esa paciencia no está exenta de bajas laborales, de despertares molestos, digestiones pesadas, manchas cutáneas y alteraciones de los propios límites corporales, sin olvidarnos de algún simpático capricho.
Se suceden muchos interrogantes sobre la salud de quien se alberga, de cómo serán sus formas y parecidos y ello cargado de dudas y miedos por todo lo que está cambiando la vida personal y de pareja.
Esa barriga dilatada, deseosa de crecer, es anticipo de un mundo nuevo. Un buen día, ese ser especial percibe leves movimientos en su interior y unas tímidas pataditas. Eso supone un punto de inflexión en la relaciones madre e hijo. A partir de estos instantes se establece una íntima conexión entre ambos que no termina nunca.
Los nueve meses culminan con un grito de vida, mezcla de dolor y de gozo, con el deseo de regalar al mundo la nueva criatura. Surge la tentación de reservárselo, pero la mujer y madre no retiene y sí comparte.
A partir de ese instante, vienen continuos cuidados, desvelos en las enfermedades, en las molestias y dolores de la existencia humana. Vitalidad para las alegrías de los logros y triunfos y lágrimas por los fracasos. Las madres acompañan al hijo aplicado en sus quehaceres y centrado en sus amistades, al que se despista en su madurez y luchan para que encuentre su sitio en el mundo.
Las madres proporcionan el plus a nuestras existencias, se les quiere de forma especial, no más que a otros miembros de la familia, sino de manera diferente.
Y esa maravilla de la naturaleza envejece con la elegancia de quien trasciende el tiempo y el espacio y se convierte en ser eterno, infinito en sus posibilidades y en los recuerdos sentidos.
Con un profundo amor y agradecimiento a nuestras madres, les agradezco sus vidas y les deseo amores correspondidos.