Hablamos mucho y escribimos en exceso sobre la pandemia y el mundo globalizado, sobre las elecciones en Estados Unidos o los Organismos Internacionales como la O.N.U., sobre una Europa unida y fuerte, pero nos olvidamos de lo esencial, de las personas que forman parte de todas esas realidades, con especial mención a los que sufren y padecen las maldades de otros semejantes.
Los acontecimientos de los últimos meses derivados de este virus que nos atenaza definen un mundo frágil y débil, sometido al miedo y a la indefensión, al egoísmo y bastante deshumanizado, en el que los países miramos los propios intereses sin darnos cuenta que cada vez que alguien muere, algo de la propia condición humana también se deteriora y muere.
Entiendo que el problema es muy grave y de difícil solución, pero lo que también sé es que el fin de esta situación pasa por la unión y la solidaridad y no por una carrera del “sálvese quien pueda o tenga más”. Nos van a llegar en pocas semanas las primeras dosis de esperanzadoras vacunas y pido a Dios que el reparto sea justo y atendiendo primero a los más vulnerables y a los profesionales que todos necesitamos para seguir afrontando estos difíciles momentos, hasta que pueda llegar al resto.
Elegimos democráticamente a nuestros representantes y gobernantes para que sean justos y eficaces, para que busquen y generen propuestas y estrategias que transformen este mundo en un lugar más habitable, que nos conviertan en mejores personas y eso esperamos de ellos.