Estamos llegando al final de este complicado año 2020. Lo hago con deseos de conciliación y escribo esta reflexión sobre una nueva política con políticos que tengan muy claro que la esencia de su labor es mejorar la vida de los ciudadanos a los que representan.
Han de propugnar la paz y la justicia social, el diálogo, la ayuda a la persona con más necesidades, el pleno empleo y la vivienda digna. Una sanidad universal y gratuita, el acceso a la buena formación y educación, consolidando la libertad de opinión y de prensa en toda la extensión del país y un largo etcétera.
Hay promesas incumplidas y hemos de analizar, con honradez y honestidad, las causas y si es preciso, promover un cambio de paradigmas e, incluso, de personas. Debemos caminar hacia un sistema con leyes más eficaces y eficientes, en el que se premie la calidad, la ayuda, el esfuerzo y el trabajo. Si nos situamos en esta perspectiva más global, sin tantos localismos, podríamos acercarnos a una sociedad de todos y para todos.
Un concepto central de cualquier modelo gubernativo es la responsabilidad y eso supone tomar conciencia de que formamos parte de una red de relaciones, de que dependemos unos de otros, de que no nos vale el papel regulador de la reciprocidad (‘tanto me das, tanto te doy’) existente en la sociedad actual. La responsabilidad no trata de que si yo te doy tanto es para que tú me des exactamente lo mismo, porque eso dependerá de las necesidades y de las capacidades de cada uno. Este dar atendiendo a las necesidades y exigir según las capacidades ya se reconoce y se aplica en el ámbito de la familia, de los amigos y de la pareja, pero debemos aspirar a que no se quede restringido a esos ámbitos privados y se incorpore también al público, a la sociedad en su conjunto, a la administración, a la vida comunitaria. Si lo lográsemos estaríamos asegurando un presente enriquecedor y un futuro prometedor.
Estas afirmaciones no entienden de derechas ni izquierdas, ni de progresistas o moderados, ni de constitucionalistas o nacionalistas, ni de edades o razas y sí de una actividad propia del ser humano que se pone al servicio de una ética universal, con el propósito de generar una sociedad justa. Esta justicia fija sus raíces en la persona.
El problema es centrarse en intereses personales o de grupos, transformando la política en una actividad pobre y mediocre. Eso no debemos permitirlo. Es preciso recuperar el diálogo y los acuerdos, buscando la felicidad de los ciudadanos y en la que participemos todos, sin excepción alguna.
El engaño, la mentira, la intransigencia, la ignorancia sometida a la ideología totalitaria son peligros que el poder enmascara y en el que caen políticos que deberían alejarse de la política.