Es el primer año que no tengo físicamente a mi madre. Su naturaleza corporal se agotó este 28 de abril, pero continúa su naturaleza espiritual que trasciende la dimensión temporal y espacial. Y lo celebro con la tristeza de quien no puede tocar y ver, pero con la paz de quien lleva a su madre en lo más íntimo de su ser. Las madres son esos seres que siempre están presentes. Por ti y por todas las madres.
Con el paso de los años y de la experiencia de hijos aprendimos que la perfección de la naturaleza alcanza su máxima expresión en la maternidad de todas las especies. Las madres son los seres que moldean en silenciosa paciencia a sus hijos durante el tiempo que dura el desarrollo embrionario, nueve largos meses.
Eso sucede con el celo de quien sabe que está haciendo una gran obra; no sólo la de un hijo, sino también la de perpetuar la especie. Este proceso culmina en el parto, en el que se mezclan el dolor y la dicha de traer al mundo la criatura que ha llevado en su más abultada intimidad.
A partir de ese instante, su entrega la expresa en continuos cuidados. Vendrán los desvelos en las enfermedades, en las salidas de los dientes, en las molestias causadas por las vacunas y en todas las dificultades diarias de la vida. Se alegran de los primeros sonidos que anticipan torpes palabras y de los oscilantes pasos. Con los días aparecerán lágrimas por los fracasos y sonrisas por los aciertos y éxitos.
Las madres estarán acompañando al hijo aplicado en sus estudios y centrado en sus amistades, se mostrarán pacientes con el que se despista en su madurez y permanecerán en la lucha con el que no encuentra su sitio en la vida.
Ellas son esas personas con las que es muy fácil discutir y enfadarse, pero lo es más el reconciliarse, sus comidas son las más sabrosas y exquisitas y sus abrazos, los más tiernos. Resultan machaconas con las repetidas frases de “llámame cuando llegues o ten cuidado y no corras” y aunque nos incomodan, al mismo tiempo, nos transmiten esa constante preocupación que siempre tienen y tendrán.
Las madres proporcionan el plus a nuestras existencias, se les quiere de forma especial, no más que a otros miembros de la familia, sino de manera diferente.
Y esa maravilla de la naturaleza envejece con la elegancia de quien trasciende el tiempo y un buen día culmina toda una sofisticada metamorfosis que le aporta el esplendor de ser abuela. Cuando una mujer combina ser madre y abuela entonces se garantiza que hijo y nieto se sientan queridos y un niño querido será, con alta probabilidad, un adulto maduro.
A ellas, las que lo tuvieron fácil y a las que les supuso muchas dificultades y renuncias, les agradezco sus vidas y les deseo amores correspondidos. Si a las abuelas las recordamos en los sentimientos, las madres las mantendremos vivas siempre, porque nunca mueren, son eternas, infinitas en sus posibilidades y en los recuerdos sentidos.