“Hijo, me da miedo la muerte”, esa fue la expresión espontánea y sin venir a cuento de una señora de 85 años a uno de sus hijos mientras veían un programa de televisión. El hijo la escuchó con sumo respeto y perplejidad y después le preguntó por el sentido de sus palabras. La madre respondió con rapidez, como si hubiese estado esperando esa pregunta desde hacía tiempo. “Me da miedo la muerte porque no sé qué vendrá después, si es que viene algo. Lo que más me preocupa es el instante en el que se cierran los ojos y se deja de sentir y respirar. Esto sin contar los posibles dolores que pueda padecer hasta morirme”. Siguió con su monólogo durante unos segundos más, ni esperaba respuestas ni el hijo sabía qué decir.
Llevo algunos años relacionado con el mundo de la bioética, en más de una ocasión he escrito y hablado sobre la muerte y sobre cómo afrontarla. He realizado ejercicios prácticos para tomar conciencia de cómo vivimos, de si vamos por el camino adecuado o si nos hemos metido en una vereda que no tiene salida. Me resulta un tema espinoso y, a la vez, me atrae como si fuera un imán. Cada cierto tiempo siento el deseo, convertido en necesidad, de detenerme en ese momento por el que todos los seres vivos pasamos una vez en la vida. Nadie puede escaquearse, tampoco los ricos ni los poderosos.
No quiero quedarme en que no debemos pensar en el futuro y que es bueno que disfrutemos del presente. Sé que la muerte es el final de los logros conseguidos, de los proyectos iniciados y de las ilusiones y supone decir adiós a las personas amadas. No me tranquiliza pensar que si todos la han afrontado, también seré yo capaz de plantarle cara.
La muerte es ese soplo absurdo de la existencia humana al que llegamos, en el mejor de los casos, agotados por la vida y sin muchas otras alternativas. Podremos sublimar mis palabras de que es absurda y decir que es la culminación de la vida, pero con eso no se cambia lo que significa. No solo hemos de morir sino que, además, somos conscientes de que morimos, por si fuera poco. El resto de los seres vivos mueren pero no son conscientes de ello, se ahorran ese sufrimiento y el tener que afrontar la muerte de familiares y amigos. Creo que es un tremendo error de la evolución el que nos haya proporcionado conciencia de ello y lo digo con sinceridad.
Me tranquiliza algo creer que gozaremos de una nueva dimensión existencial que nuestras mentes y sentidos no son capaces de captar en este mundo. No puedo decir mucho más. La mayoría de las religiones nos dicen que es el paraíso, un lugar en el que seremos felices y en el que no hay dolor ni sufrimiento y tengo la suerte de ser creyente. No poseo respuestas razonadas a la pregunta de cómo llego yo a esa conclusión, tan solo la que me proporciona mi fe. Les dedico mis palabras, en vísperas de Todos los Santos y de los difuntos, a nuestros seres queridos fallecidos con el deseo de que hayan encontrado la felicidad eterna.