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José María Fdez Chavero

Psicología y Vida

Mis veranos en el pueblo

Tengo la inmensa fortuna de pasar bastante tiempo con jóvenes que se adentran en la historia del pensamiento, en la psicología y en la sociología. Aprendo mucho de ellos, la mayoría de las veces con sus opiniones y comentarios y otras con las preguntas que hacen. En los últimos días de curso se generó un debate sobre las ventajas de las nuevas tecnologías para pasar las largas horas del calor extremeño. Se realizaban halagos a las variadas redes sociales. Unos decían lindezas del whatsapp que nos mantiene unidos a familiares y amigos y sin costes incómodos. Otros comentaban la posibilidad de vernos en los lugares de descanso a través del instagram. Algunos hablaban del twitter y del facebook. Casi había unanimidad en las alabanzas de juegos on line y con las playStantion en sus incontables versiones. Siendo sincero he de reconocer que también las uso y les agradezco la posibilidad de expresar y compartir inquietudes y pensamientos.

En un momento del debate, una alumna preguntó cómo eran mis veranos en el pueblo, sin móviles ni internet. La miré con relajada sonrisa y le di las gracias por tan avispada pregunta. Comencé diciendo que se habían olvidado de un par de cosas, la primera es que la mayoría de las personas de mi pueblo, incluida mi familia, no salía de vacaciones y la segunda, que no había piscina pública, lo más una alberca en la que podías remojarte siempre que el dueño se compadeciera.

El whatsapp no lo necesitábamos para quedar porque ya habíamos fijado la hora antes de despedirnos o sencillamente ya nos veríamos o íbamos a buscarnos a las casas. Las horas de los actuales grupos virtuales las teníamos físicamente en directo, puedo asegurar que son más entretenidas y divertidas y lo sé porque pertenezco a varios de esos grupos. Horas enteras sentados en un banco o en el umbral de una casa compartiendo sueños e ilusiones era todo una pasada de placer social. Las fotografías nos gustaban y brillaban por su escasez, de ahí que prefiriésemos vernos. Aseguro, sin riesgo a confundirme, que esas visiones eran increíblemente bellas.

Pasábamos el tiempo libre de forma diferente según la edad. Del jugar al escondite, o a los juegos olímpicos o al fútbol, hasta contarnos la vida caminando paseo arriba y paseo abajo. A inicios de la adolescencia había un juego estrella que nos ayudaba a definir nuestra sexualidad y a alimentar la autoestima, el juego de las cerillas que además de no provocar ningún fuego ponía, al que se le había apagado, ante la obligación de responder a las preguntas de los compañeros. Recuerdo que la pregunta más frecuente era quién te gustaba. Cuántos resoplidos de satisfacción y cuántos de decepción según tu nombre apareciera o no. Y qué decir de esas entretenidas películas en el cine de verano, con el Oeste o nuestros cantaores como máximos protagonistas.

Mis estimados alumnos y gente joven no envidio vuestro tiempo libre porque no habéis conocido la grandeza del tiempo con los amigos hasta rozar el más entretenido de los aburrimientos. Es cierto que tenéis otras ventajas de las que yo me beneficio en menor medida que vosotros, pero no cambio mis veranos en el pueblo con mis amigos por nada del mundo.

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Sobre el autor

La solidaridad, la tolerancia y la justicia son valores imprescindibles para lograr una sociedad mejor para todos. Somos ciudadanos del mundo con el derecho a vivir y a ser respetado. Este blog quiere ser lugar de encuentro entre la Psicología y la Vida de todos los que lo deseen. Es posible hacer un mundo más justo.


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