Ni me sobra atrevimiento ni me falta prudencia a la hora de poner título a las siguientes líneas. Que nadie busque en mis palabras ningún atisbo de color, ni de signo político, ni de progresismo o conservadurismo. Encuentren el deseo de concordia y de paz en un día que suena a enfrentamientos y guerra.
El 18 de julio representa lo que nunca debe ocurrir a un pueblo y nos invita a trabajar para que no vuelva a suceder. Fue el fracaso de una sociedad y de unas personas en una época en la que la falta de diálogo y el quererse imponer a los demás imperaba.
La guerra entre poblaciones limítrofes, entre vecinos de la misma calle, entre miembros de una misma familia, es lo más cruel que puede padecer una sociedad y la nuestra lo padeció.
Pertenezco a una generación que escuchó a personas que habían sufrido el horror de la guerra civil en sus vidas. Recuerdo una ocasión en la que mi padre me dijo que hasta que no muriese su generación no se superaría el trauma generado. Muchos de aquellos niños y niñas, hoy ancianos, no están con nosotros y lo que mi padre me decía no es aún realidad. Algunos continúan con la dinámica repetitiva de que estás conmigo o estás contra mí y es una manera irracional de estar en sociedad.
Ya se han realizado cientos de reflexiones de lo sucedido y no es momento de pararse en más estudios. Es tiempo de construir, de mirar hacia delante, de buscar lo que nos une y no lo que nos separa. Es respetar la idiosincrasia de las diferentes partes de España, de las diferencias y de lo que nos une.
Ya no es tiempo de mostrar los carnets militares de los muertos o las fotografías de Iglesias quemadas o las cruces recordatorios de los caídos o las tumbas anónimas. Esto no nos quita el derecho a conocer dónde se encuentran nuestros antepasados y darle los honores merecidos.
Estamos en una democracia en la que se puede opinar, dentro de unos organismos internacionales que proporcionan consistencia y equilibrio aunque falte consolidación. Vivimos en una sociedad con el poder sanamente dividido y repartido y en la que se valoran las instituciones, a pesar de que algunos han caído en las garras de la corrupción y del robo consentido. Lo peor de la corrupción no es el dinero robado, sino la desesperanza y la pérdida de ilusión que genera en la mayoría de la sociedad.
Las dificultades no faltan, pero tampoco sobran. Hemos de mejorar. Muchos padecen el desempleo, la lacra de un sistema económico no preparado para superar con rapidez las crisis que genera.
Dedico estas letras a los fallecidos en las guerras y a sus familias, hayan sido militares, policías o guardias civiles; monárquicos o republicanos; moderados o progresistas; empresarios o trabajadores; de derechas o de izquierdas; vascos o extremeños o de cualquier zona de España.
Nadie se merece morir a manos de nadie por ningún motivo y en España y en Extremadura tenemos demasiados muertos por estos falsos e inexistentes motivos