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José María Fdez Chavero

Psicología y Vida

Felicidades. Las madres nunca mueren

Nació un 20 de abril de 1930 en un pequeño y agradable pueblo de la provincia de Badajoz, en la Puebla del Prior. Tiempos de penuria y de escasez que se complicaron en su infancia con una guerra de hermanos y vecinos.

Mi madre y su generación vivió lo que nunca debe vivir un pueblo. Vieron con perplejidad y miedo el fracaso de una sociedad en la que la falta de diálogo y el quererse imponer a los demás imperaba. La guerra entre poblaciones limítrofes, entre vecinos de la misma calle, entre miembros de una misma familia es lo más cruel que puede padecer una sociedad y mi madre y su generación lo padeció. Ahora, esta generación se encuentra en la ancianidad y en la muerte.

Con los años y la experiencia de hijo he aprendido que la perfección de la naturaleza alcanza su máxima expresión en la maternidad de todas las especies. Las madres, la mía y la tuya, son los seres que nos moldean en silenciosa paciencia durante los nueve largos meses de embarazo. Y termina con el parto, en el que se mezclan el dolor con la dicha del nacimiento de la nueva criatura.

Mi madre compartió su vida con un buen hombre, mi padre, que hace unos pocos años marchó a una vida más plena, y tuvieron seis hijos.  Intentamos estar a su lado, muchas veces en sintonía de ideas y afectos y otras, con algunos distanciamientos que desaparecían en horas o pocos días. Llegaron a ella otros hijos, nacidos de otras mujeres y hombres, que supo acogerlos con aciertos y desaciertos, y mucho afecto.

Con el nacimiento de los hijos, su entrega la expresó en continuos cuidados. Vinieron los desvelos en las enfermedades, en las salidas de los dientes o en las molestias causadas por las vacunas. También hubo alegrías con nuestras primeras palabras y pasos. Con los días y años aparecieron lágrimas de penas por los fracasos y de gozo por los aciertos y éxitos.

Nos acompañó en los estudios y amistades, se mostró paciente con los despistes y permaneció en la lucha para que todos encontrásemos nuestro sitio en la vida. Con ella fue muy fácil discutir y enfadarse, pero lo fue más el reconciliarse, sus comidas han sido las más sabrosas y exquisitas y sus abrazos los más tiernos.

Ha sido machacona con la repetida frase «llámame cuando llegues o ten cuidado y no corras» y aunque nos ha incomodado, al mismo tiempo, nos transmitió esa constante preocupación que siempre tuvo y que ahora echamos en falta. Mi madre y las madres proporcionan el plus a nuestras existencias, se les quiere de forma especial, no más que a otros miembros de la familia, sino de manera diferente.

Los años pasaron y debió enterrar a una hija de 38 años, con mucho dolor y esperanza en una vida mejor.

Envejeció con la elegancia de quien trasciende el tiempo y un buen día culminó una sofisticada metamorfosis que le aportó el esplendor de ser abuela. Llegaron los nietos y nietas y un biznieto, algunos con sangre compartida y otros con la vida de los sentimientos.

Cuando una mujer combina ser madre y abuela entonces garantiza que hijo y nieto se sientan queridos y un niño querido será, con alta probabilidad, un adulto maduro y eso somos ahora. Lo lograste.

A mi madre y a todas las madres, a las que lo tuvieron fácil y a las que les supuso muchas dificultades y renuncias, les agradezco sus vidas y les deseo amores eternos.

Mi madre cumpliría hoy 93 años y siempre vivirá porque las madres nunca mueren, son eternas, infinitas en sus posibilidades y en los recuerdos sentidos.

 

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Sobre el autor

La solidaridad, la tolerancia y la justicia son valores imprescindibles para lograr una sociedad mejor para todos. Somos ciudadanos del mundo con el derecho a vivir y a ser respetado. Este blog quiere ser lugar de encuentro entre la Psicología y la Vida de todos los que lo deseen. Es posible hacer un mundo más justo.


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