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José María Fdez Chavero

Psicología y Vida

Mi viejo profesor

He tenido la inmensa fortuna de pasar una tarde con uno de mis antiguos profesores, de esos que marcan la vida de los alumnos y también la mía. Está a punto de jubilarse, canoso, igual de sabio, de prudente y con la serenidad de los años saboreados con autenticidad. Me contó que en la última semana del curso recibió tres cartas que le tocaron lo más profundo de su ser. La primera carta fue de toda una clase, la segunda de una alumna de bachillerato y la tercera, del padre de una alumna. Le pregunté por sus contenidos. Me miró fijamente y, tras unos segundos de silencio, comenzó el relato.

La primera fue entregada el último día de clases. Dos alumnos se levantaron del asiento y le dieron un sobre azul con una postal escrita, un estuche con un bolígrafo y una pequeña bolsa fría al tacto, era un vasito con su helado preferido. Del bolígrafo y del helado no me contó nada, sí del escrito. Le daban las gracias por lo transmitido durante el curso, por tratar los temas de la vida sin tapujos y con sinceridad, por darles claves para afrontar el día a día, por animarles a compaginar tolerancia y crítica y por valorar el esfuerzo. Se despedían dándoles las gracias por ayudarles a ser mejores personas. Al terminar, le pregunté por su respuesta. Les agradeció los deseos de aprender y de ser mejores personas, lo cual le animaba a ser mejor profesor. La clase terminó con un sonoro aplauso. Salió del aula con algo de vergüenza y una enorme satisfacción.

La segunda carta le llegó al correo electrónico. Fue más breve. Después de un saludo tuteado, le daba las gracias por el tiempo dedicado a ella y a sus compañeros. Le decía que deseaba verlo y que estaba muy contenta por la nota obtenida en la selectividad. De nuevo le pregunté por su respuesta. Les agradeció a ella y a los compañeros el trabajo realizado a lo largo del curso y, sobre todo, la actitud de aprendizaje. Terminó con un “gracias por ayudarme a querer ser mejor persona, mejor profesor”.

La tercera llegó en un mensaje privado de whatsapp. Tras un cariñoso saludo le mostraba su admiración por ser justo y su sincero reconocimiento, las gracias por su labor y su dedicación al alumnado. Además le decía que también él había aprendido de sus reflexiones. En este punto, le comenté que se sentiría muy orgulloso. Me miró por encima de sus gafas y de nuevo me encontré con la misma respuesta de agradecimiento al padre por esas palabras de ánimos para ser mejor persona y profesor.

Seguimos charlando y me dijo: “ese es mi trabajo y el premio al compromiso con mi profesión, la formación de jóvenes y el acompañarles en el camino de hacerse personas. No es mucho lo que les digo a mis alumnos: la importancia del esfuerzo, los deseos de ser mejor, la riqueza de la tolerancia y, a la vez, la de ser crítico y que tengan presentes que sus vidas dependerán de las decisiones que vayan tomando a lo largo de ella”. Al terminar hablamos de mi vida. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos y mi mirada de profunda admiración.

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Sobre el autor

La solidaridad, la tolerancia y la justicia son valores imprescindibles para lograr una sociedad mejor para todos. Somos ciudadanos del mundo con el derecho a vivir y a ser respetado. Este blog quiere ser lugar de encuentro entre la Psicología y la Vida de todos los que lo deseen. Es posible hacer un mundo más justo.


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