Con sumo respeto, Obispo Reig Pla. Nuestra hija se llama Ángela. Seguro que algunas faltas y desaciertos comete en el día a día, como todos pero es expresión máxima de amor humano y divino. No le llegarán mis palabras, pero me encantaría que la conociera.
Convivir con una de estas personas es fuente continua de admiración y de satisfacción vital. Es verdad que son más conocidas por sus limitaciones intelectuales que por sus capacidades afectivas y es curioso descubrir cómo este mundo de la llamada discapacidad se define más por las carencias que por sus dotes y pertenencias. Este planteamiento me genera tristeza y algo de impotencia, pero hay que seguir reclamando el derecho que tienen a ser valorados por lo que son y tienen y no por lo carecen.
Les cuesta bastante memorizar y comprender las abstracciones, las fantasías y las ironías porque son personas positivistas y sensitivas. Sus vidas se definen a través de los sentidos que son sus grandes mediadores para integrarse como seres humanos que viven en comunidad. Cuando algo lo ven o lo oyen o lo huelen o lo tocan o lo saborean, entonces lo entienden con mucha más facilidad. Se puede afirmar que su relación con el mundo parte desde los sentidos y en ellos encuentran el camino para ser un miembro más del entorno.
La espontaneidad forma parte de sus psicologías y lo hace como una bocanada de aire fresco en este mundo plagado de estrategias y diseños, talantes y excentricidades. Sus miradas se antojan fijas y limpias, con una cierta tonalidad de despiste y dulzura. Les resulta cómodo moverse en declaraciones de amores como ‘os quiero’, sus abrazos son desinteresados, y sin ser deportistas, sí salen con prontitud al encuentro del que llega.
Contemplan con agradecimiento el desarrollo de políticas educativas y sociales basadas en la inclusión, haciendo especial hincapié en que sean uno más del grupo. Esto ha traído grandes aciertos pero también el riesgo de que se les evalúe más por los resultados que por la constancia y por los esfuerzos realizados, y ya sabemos que en este terreno están en inferioridad de condiciones.
La imitación es uno de los métodos más utilizados por todos ellos para aprender, pero nos encontramos que les resulta difícil discernir lo adecuado de lo desacertado, de ahí que debamos cuidar con sumo esmero el ejemplo que les proporcionamos los que compartimos sus existencias. Las necesidades que tienen de los demás son muy elevadas, pero no mayores que las que tenemos de ellos los que les vamos conociendo, entre otras razones, porque nos generan el deseo de ser mejores personas.
Han padecido durante muchos siglos la injusta ignorancia de aquellos que no han entendido sus posibilidades ni querían conocer sus capacidades, en gran medida porque se acercan a ellos desde la pena o desde la ignorancia atrevida o desde la exigencia de resultados sin valorar los esfuerzos. En los últimos años soportan que haya políticos que predican la tolerancia y el estado de derecho, pero no se detienen en defender los suyos, comenzando por el más básico que es el respeto a que puedan vivir sus vidas desde lo que ellos son.
Deseo terminar estas líneas dándoles las gracias a todos ellos por ser como son y por demostrar día tras día que, si como alumnos no son de espectaculares resultados, como maestros y profesores resultan ejemplares porque son brillantes.