El año toca a su fin. Miro hacia atrás y veo que se me amontonan multitud de nombres, vivencias, sensaciones. La inmensa mayoría son recuerdos positivos, de vida, de esos que te dejan con paz, con la satisfacción del deber cumplido.
Hemos luchado mucho juntos por una educación digna y justa para todos los estudiantes, sin caer en calificativos que sigan discriminando. Hemos luchado por la buena convivencia, oponiéndonos a los abusos y malos tratos; con una especial sensibilidad hacia las mujeres asesinadas a manos de hombres despiadados y violentos. Os estoy muy agradecido.
Me he detenido en muchas ocasiones en cuestiones diarias. He escrito de nuestros padres y madres, de los hijos, de los malos tratos y de las mentiras, soledades, amores, muerte, etc. Y ahora, cuando el año nos dice adiós, es momento de reflexión y de silencio. Se me viene a la mente estas palabras de Desiderata, escrito anónimo del siglo XVI: “Anda plácidamente entre el ruido y las prisas y recuerda la paz que se encuentra en el silencio”. En él se nos aconseja caminar con serenidad por la vida y hacerlo con gusto, con placidez, sabiendo dónde poner los pies para no hacernos daño ni herir a los demás.
Esa serenidad y entereza es la forma como tenemos los humanos para poder encajar dos características de nuestras existencias: el ruido y las prisas, cuestiones de las que no podemos evadirnos porque constituyen parte de nuestro modo de vivir. Somos hijos y nietos de los decibelios y de la velocidad y debemos cambiar nuestra manera de vivir si queremos disfrutar del tiempo que nos ha tocado. Y en ese caminar gustoso por los avatares del día a día debemos tener presente que en el silencio podemos encontrar la paz. No hay que tenerle miedo ni inventarse palabras que lo rellenen y anulen.
El silencio, saber callar, posibilitan el encuentro con uno mismo mediante la reflexión personal. Es herramienta para darnos cuenta de nuestros valores y carencias, primer paso para afianzar la personalidad y medio eficaz para iniciar el cambio de los aspectos que no nos gusten.
Este encuentro personal nos prepara para descubrir a los demás y para la amistad, tanto con el que ríe como con el que llora, con el triunfador y con el que obtiene más fracasos que éxitos, con el fuerte y con el que no puede tanto y eso es posible porque nos capacita para escuchar, para ponernos en lugar del otro y nos convierte en personas sensibles y asequibles.
El silencio es lugar interior y un estilo de vida, no es no decir nada, es valorar la palabra justa y bien dicha en el momento adecuado. Es camino para consolidar las propias ideas y creencias, para crecer y madurar como persona en sociedad. Es encuentro con uno mismo y con los demás y así hacer una sociedad justa y solidaria en la que todos tendríamos nuestro lugar y seríamos más felices.