Ya están convocadas las elecciones y ahora me dirijo a los políticos para pediros: No hagáis promesas que sabéis imposibles de cumplir. Acepto el error, no el engaño ni la manipulación.
Los políticos debéis tener muy claro la esencia de vuestra labor: estar al servicio del pueblo con el objetivo de mejorar la vida social y particular de los ciudadanos a los que representáis. Propugnáis la justicia social, la igualdad, la ayuda a la persona con más necesidades, el pleno empleo y la vivienda digna. Una sanidad universal y gratuita, el acceso a la buena formación, consolidando la libertad de opinión y de prensa en toda la extensión del país y un largo etcétera.
Algunas de estas metas se consiguen y otras aún no. Hay promesas reiteradamente incumplidas y se han de analizar, con honradez y honestidad, las causas, ya sea para promover un cambio de paradigmas e, incluso, de personas. Debemos caminar hacia un sistema con leyes más eficaces y eficientes, en el que se premie la calidad y la educación, la ayuda, el esfuerzo y el trabajo. Si nos situamos en esta perspectiva más global, sin tantos localismos, podríamos acercarnos a una sociedad de todos y para todos.
Sabéis que un concepto central de cualquier modelo gubernativo es la responsabilidad y eso supone tomar conciencia de que formamos parte de un sistema de relaciones, de que dependemos unos de otros, de que no nos vale el ‘tanto me das, tanto te doy’ existente en la sociedad actual. La responsabilidad no trata de que si yo te doy tanto es para que tú me des exactamente lo mismo, porque eso dependerá de las necesidades y de las capacidades de cada uno. Este dar atendiendo a las necesidades y exigir según las capacidades ya se reconoce y se aplica en el ámbito de la familia, de los amigos y de la pareja, pero debemos aspirar a que no se quede restringido a esos ámbitos privados y se incorpore también al público, a la sociedad en su conjunto, a la administración, a la vida comunitaria.
Si lo lográsemos estaríamos asegurando un presente enriquecedor y un futuro prometedor. Y en todo esto vuestra labor como representantes de los más variados Partidos Políticos es vital.
Estas afirmaciones no entienden de derechas ni izquierdas, ni de progresistas o moderados, ni de constitucionalistas o nacionalistas, ni de edades o razas y sí de una actividad propia del ser humano que se pone al servicio de una ética universal, con el propósito de generar una sociedad justa. Esta justicia fija sus raíces en la persona, en su esencia.
El problema es centrarse en intereses personales o de grupos, transformando la política en una actividad pobre y mediocre. Eso no debéis permitirlo, ni debemos. Es preciso recuperar un Parlamento y un pueblo ilusionados con el diálogo y los acuerdos, buscando la felicidad de sus ciudadanos y en la que participemos todos, sin excepción alguna.
El engaño, la mentira sobre lo que uno es o tiene, la intransigencia, la ignorancia sometida a la ideología totalitaria son peligros que el poder enmascara y en el que caen políticos que deberían alejarse de la política.
Os pido y lo vuelvo a repetir: no hagáis promesas que sabéis imposibles de cumplir. Acepto el error, no el engaño ni la manipulación.