Si la solución a un problema planteado no termina con él o no lo reduce, entonces se debe a dos posibles razones. La primera es evidente, esa no era la solución. La segunda es que las personas encargadas de solucionarlo se han confundido, no lo han hecho bien o, mejor dicho, lo han hecho mal.
Si no tenemos gobierno después de varios meses de las últimas elecciones está claro que los ciudadanos nos hemos confundido en dar nuestro voto a políticos incompetentes y segundo, con nuestra pasividad manifiesta seguimos tolerando que sigan simulando negociaciones y acuerdos sin salir a las calles para pedir soluciones reales.
Una economía que de nuevo da evidentes signos de agotamiento, un desempleo desesperante, una creciente inseguridad ciudadana, un sistema educativo a reformar y excluyente, un continente como África que necesita ayuda y miramos para otro lado, problemas de política exterior con un brexit sin acuerdos realmente preocupante, y muchos más reclaman la reacción de los ciudadanos y da igual el signo político que tengamos cada uno de nosotros.
Nos perdemos en una ley electoral a revisar y posiblemente a reformar, en criticar la mota del ojo del adversario sin fijarnos en la viga que tenemos en el nuestro, en lenguajes agotadores de descalificaciones. Es momento de ir preparando las agendas para que el día que vuelvan a debatir la investidura de un posible candidato (aún no lo hay) salgamos a las calles y guardemos un minuto de silencio y 59 de nuevas esperanzas.
No quiero asumir que estamos condenados a la incompetencia porque sí hay mujeres y hombres en España con capacidad para el diálogo, para llegar a acuerdos y encontrar soluciones a los problemas mencionados y a los que tenemos en nuestras mentes.
No sigamos dando la espalda a los problemas. Miremos la vida y aprendamos de las personas que los miran de cara.