La existencia humana, la de cualquiera de nosotros, es parecida en su dinámica al conocido juego del trivial, en el que se plantean unas preguntas a las que vamos respondiendo. Las preguntas son todas esas cuestiones que aparecen en nuestro día a día y que tenemos que ir dando respuestas y soluciones. No se puede no jugar, porque es la misma vida la que te obliga.
Cierto que los tiempos actuales, invadidos por esta cansina y patética pandemia que padecemos desde hace más de un año, hasta su nombre me resulta desagradable, no lo facilitan, pero tampoco lo imposibilitan. Queramos o no, los días pasan y el juego de la vida que iniciamos en día del nacimiento sólo llegará a su fin cuando el corazón se pare y los latidos desaparecen, pero mientras llegue o no hemos de procurar ganar la partida.
Llegarán los premios de los avances diarios, de las metas conseguidas, de las ilusiones cumplidas y nos haremos mejores personas si aprendemos a analizar y a interpretar la realidad, en la que nos ha tocado vivir, con optimismo, sensatez, tolerancia y buen humor.
No se nos puede olvidar nunca que somos seres grandes, creados por Dios con la gracia de nuestros padres, de la evolución y de la naturaleza. Levantemos la mirada y nunca nos chocaremos con los obstáculos de nuestra finitud y fragilidad.
No perdamos la perspectiva de la grandeza del ser humano, hombres y mujeres, mujeres y hombres en estrecha e interminable colaboración. En medio de las espinas hay preciosas flores.