Recuerdo con cariño y admiración esta historia que me contaron y que transcribo en las siguientes líneas. Se trata de una alumna y su profesora. La alumna está iniciando la adolescencia, necesita adaptación curricular y más apoyos que el resto de los alumnos por sus dificultades de aprendizaje. El último día de clase, la niña hizo un regalo a su profesora y ésta llamó al padre para agradecerle la carta y el regalo que su hija le había hecho. Éste escuchó el agradecimiento sin saber nada de lo que le contaba, con la sensación de que la profesora se habría confundido y le estaba agradeciendo a él lo que le correspondía a otro. Lo que le despistó es que se dirigiera a él por su nombre, eso suponía que no se trataba de un error.
Después de leerle parte de la carta, le preguntó por el regalo y esto extrañó a la profesora pero pensó que podía ser algo ideado por la madre de la niña. Le respondió que el regalo era un anillo metido en una cajita de papel y una hoja escrita. Tras escucharse mutuamente, la profesora se dio cuenta que todo había sido planeado por su alumna, mal llamada discapacitada, y sintió una enorme satisfacción personal y profesional por tan hermoso obsequio. Los padres disfrutaron con lo sucedido y sumaron otra anécdota que contar de ese ser excepcional que tenían en casa.
Valga este breve relato real para introducir el tema de mi reflexión. La inmensa mayoría de los éxitos y de los buenos comportamientos del ser humano se deben a dos razones fundamentales. La primera es la presencia de una persona que confía en otra y la segunda es que sacamos lo mejor de nosotros cuando sentimos esa confianza. Desde ahí nacerá después la seguridad, el esfuerzo y el trabajo para lograr lo que nos propongamos. Es de vital importancia que aprendamos a reconocer y potenciar las capacidades y habilidades de los demás. Si lo conseguimos estaremos generando una actitud de entrega y de mayor gratuidad y disponibilidad.
Necesitamos que se fíen de nosotros, de lo que somos, hacemos o podemos conseguir y esto pasa en todas las actividades de la vida. Confiar supone percatarse de lo que el otro es, sabiendo combinar exigencias con afectos, tareas y obligaciones con descansos, sonrisas con caras serias, y todo ello con el convencimiento de que la inmensa mayoría de las personas cometemos errores y al mismo tiempo somos capaces de hacer el bien. Esto es lo que se producía entre esa alumna y su profesora y ocurre siempre que alguien descubre el valor de un semejante y le anima a ser lo que es.
Podemos hacer las cosas mejor y nos alegraremos si es así.