De nuevo leemos en los medios de comunicación un caso de violencia escolar. Se trata de una niña de ocho años que recibe una fuerte paliza de doce adolescentes en el colegio Anselm Turmeda de Palma de Mallorca. El parte médico es: “fisura de costilla, desprendimiento de hígado y múltiples hematomas”, además de dos visitas al hospital y 24 horas ingresada. Siento un profundo malestar personal cada vez que unos desalmados, aunque sean menores de edad, aprovechan su fortaleza física y numérica para castigar y maltratar a otros que son más débiles. Mis años de docencia y de consulta de psicología me han permitido conocer a personas que lo padecieron en su infancia y adolescencia y he visto cómo arrastran sus negativas consecuencias.
Se produce en todos los colegios, da igual que sean privados, concertados o públicos. Los tenemos entre los varones, entre las chicas y entre ambos. Casi siempre se genera en las aulas durante el intercambio de clases y en los patios, y los maltratadores violentos suelen ser los propios compañeros. Unos pegan y otros ríen y muchos callan por miedo a esos que se sienten los mejores del grupo y es curioso ver cómo entre ellos los hay que cuentan con las sonrisas y el beneplácito pasivo de algunos adultos. Lo sufren en el silencio de sus mentes, cabizbajos acuden al colegio y a las aulas, pierden la alegría de la edad ante tanta impotencia. Los padres no siempre se enteran porque no son capaces de decírselo a nadie y así pasan las noches soñando que llegará el viernes y podrán descansar unas horas, pero de nuevo el domingo termina y los deja desnudos ante tanta adversidad.
Aprovecho la salvajada padecida por esta niña para compartir los testimonios de tres jóvenes que padecieron maltrato en su etapa escolar con el objetivo de sensibilizar y pedir que estemos atentos ante este problema. Lo comparten desde el dolor, la indefensión y nunca desde el rencor o el odio. “Soy un hombre que ha sufrido durante muchos años el desprecio y la humillación por parte de muchísima gente que ni siquiera me conocía. Cuando eres pequeño te coges una rabieta, lloras y se te pasa rápido, pero llega una edad en la que no todo te da igual, que te afecta realmente. Se valen de insultos, vejaciones, amenazas, fuerza física y un infinito de acciones a cual más despiadada. Te destrozan, convierten en pedazos tu autoestima, tu valía, tus ganas de vivir, acrecientan tus inseguridades, miedos, te pisotean haciéndote añicos y desgraciadamente tu cerebro solo piensa para y por el violento”.
“Curioso, no hubo psicólogos, pedagogos, tutores, profesores, director, nadie que me echara una mano, nadie, aunque sí fueron todos testigos de lo que me estaba ocurriendo. He sido acosada durante un largo período de tiempo, he callado por miedo a represalias, vi cómo mis objetivos en la vida se fueron por el desagüe de la desesperanza. Invito a aquellos que tengan poder en los centros educativos que estén bien atentos, que no se limiten a dar lecciones de matemáticas, lenguaje, idiomas…”
“Yo era un niño bueno e inocente hasta la desesperación y no tardaron en empezar a aprovecharse de mí. Además, como siempre he tenido muchos problemas con el deporte y no me gustaba el fútbol no tenía demasiado que compartir con el resto. Puedo decir sin exagerar que he estado prácticamente solo contra un grupo de acosadores que hicieron mi vida imposible durante unos ocho años. No salí indemne, mucho tiempo he arrastrado las consecuencias, algunas heridas han empezado a cerrarse hace poco y con otras he de convivir siempre”.
Valga la triste noticia de esta niña maltratada y estos testimonios como denuncia de lo que puede estar ocurriendo a nuestro alrededor sin darnos cuenta, ya sea porque vivimos despistados o porque miramos para otro lado para no complicarnos la vida. Sea como fuere, estamos dejando que los débiles sigan estando a merced de los tiranos y violentos.