Estamos en el Día internacional del mal llamado discapacitado. Se observa en todo el mundo cada 3 de diciembre de acuerdo a la resolución 47/3 de la Asamblea General adoptada el 14 de octubre de 1992.
Queremos que sea una jornada de sensibilización y de pedir lo justo para que puedan formarse como hombres y mujeres. Hablamos de trabajos, pensiones y ayudas, formación y ocio, y un largo etcétera.
Mealegra y lo defiendo, pero reconozco que es triste fijar un día internacional, eso es señal inequívoca de que no están a la misma altura que el resto de la población.
Cada persona tiene el derecho innegable e intransferible a su propia individualidad, a disfrutar de sus propias capacidades y logros e intentar reconvertir los fallos en aciertos cuando sea posible. Ha de ser así para todo ser vivo de la especia humana, tenga dos piernas o una, vea bien o sea ciego, tenga trisomía en el par 21 o no la tenga. Igual para todos, sin discriminar a nadie.
Si hablamos de discapacitados es porque pensamos que no poseen las capacidades de la mayoría de la población. Y aquí se me enciende la luz de las contradicciones internas porque no creo que esa mayoría tenga a su vez las mismas capacidades.
Vivimos en una sociedad plural y repleta, de complejidades crecientes en las que cada persona intenta acceder a lo que se encuentra capacitado. En esa sociedad hemos de situarnos todas las personas, valorar sus capacidades y aprovecharlas para construir un mundo más justo sin dejar a nadie fuera. A mí no me pueden pedir que conduzca un camión porque, entre otros motivos, no tengo el permiso de conducir para ello. Esto es así y a nadie se le ocurriría ofrecerme un trabajo de conductor de camiones y no quiero que por eso me den una ayuda económica. Quiero que me paguen por lo que hago y no por lo que no puedo hacer.
Lo importante es saber las capacidades de cada uno para que puedan realizar aquello para lo que están capacitados o para lo que pueden capacitarse desde sus posibilidades y con los medios oportunos.
Estoy convencido que esas personas mal llamadas discapacitadas tienen muchas capacidades y habilidades, y otras que podrán adquirir y no tener que padecer sus valoración personal por lo que no tienen del todo desarrollado. Me parece bien el esfuerzo, pero nos iría mejor si empezásemos a ser más sensibles con las potencialidades positivas de los demás y no con aquello que les falta. Lo que apunto no es fácil, quizás nos falta la capacidad creativa para desarrollar instrumentos que evalúen sus posibilidades y los mecanismos para que puedan colaborar en el desarrollo de una sociedad de todos y para todos y dejarnos de pensar tan sólo cómo podemos darle lo que muchos ya consiguen. Esto es lo que yo quiero para mí y los míos y también para los demás.
Sé que me muevo en el mundo de las ilusiones y de los deseos, de las cuestiones poco prácticas y que hay necesidades que deben tener cubiertas todas las personas. Habrá que cubrirlas, pero no renuncio a un cambio de sensibilidad y a nuevos paradigmas de valoración de las personas. Menos subvenciones y más inversión en formación y trabajos.