Me atrevo a unir estas palabras por sus íntimas implicaciones y similitudes conceptuales, con la mente repleta de nombres propios, con infinidad de hermosos recuerdos de infancia y de juventud, cargado de emociones y con la inmensa gratitud del que se sabe deudor. Ellos tienen sus sueldos y no por eso los considero pagados, porque los buenos, la mayoría, entregan una gran parte de sus vidas y esto no se puede pagar con dinero.
Ellos nos introducen, con las habilidades y destrezas propias de un artista, en el mundo de los adultos y de los iguales, nos iluminan los fantásticos encuentros con los colores y las formas. Comparten la inmensa magia de los números y el reino encantado y maravilloso de las letras y nos acompañan el resto de nuestras existencias, en ocasiones son fáciles de entender y otras, lejanos y poco accesibles. Estos artistas de la enseñanza nos revelan las dificultades del aprendizaje y cómo afrontarlas, las grandezas de las metas conseguidas con el esfuerzo monótono y diario, los deseos de hacer bien las cosas y cómo ser paciente ante lo que no sale en un primer intento, para volver a intentarlo tantas veces como sea preciso para lograrlo.
Nos ayudan a encontrar el sentido positivo de las experiencias, a encajar los errores y los fracasos y frustraciones. Nos animan en los momentos de dudas y se alegran de los avances y aciertos de los alumnos. Ellos colaboran con nuestros padres en el apasionante camino de hacernos personas adultas y equilibradas, que buscan soluciones a los problemas y que sonríen con los éxitos.
Nos guían en el descubrimiento de las ideas platónicas de la justicia como base de la mejor de las sociedades, de la bondad de las conductas como vía para un claro entendimiento, de la belleza de lo que nos rodea y del bien como máxima expresión del ser humano. Nos transmiten las ganas y la valentía de volver la mirada hacia atrás para adaptarnos al ritmo de los que marchan algo más lentos, porque lo importante es que lleguemos juntos.
También los hay que pierden la ilusión y quedan atrapados en el desánimo y en la tristeza y otros que confunden el sentido de su profesión y hacen del desconcierto y la desconfianza los ejes de sus confusas enseñanzas. A todos los que se hallan en estas situaciones les deseo receptividad intelectual y vital para darse cuenta de que es posible el reencuentro con los motivos que les condujeron a la senda de tan nobles artes.
Los maestros y profesores siempre están con nosotros, aunque la lógica de la vida ya les haya retirado de la docencia, porque mucho de lo que somos se lo debemos a ellos, ya sea porque nos lo enseñaron con sus saberes, ya porque nos lo transmiten con sus ejemplos y así lo observamos e imitamos. Sin ser conscientes, influyen en nuestras formas de estar y leer el mundo, tanto en pensamientos como en sentimientos y comportamientos.