Hablamos y escribimos sobre la paz y sus infinitas ventajas y continuamos padeciendo los horrores de guerras absurdas y destructivas, como si obedeciéramos a una mente perversa y dividida. Se ha fijado el 30 de enero para tomar conciencia y deliberar, niños y jóvenes, sobre la paz, la tolerancia y los derechos humanos. Se celebra desde 1964 y surgió de la iniciativa del profesor Llorenç Vidal. La hizo coincidir con la muerte de Mahatma Gandhi, asesinado a tiros en 1948. La ONU lo reconoció en 1993.
Hoy es un magnífico día para darnos cuenta que la paz es la mejor forma de crecer y desarrollarse. Cuando los países o comunidades gozan de concordia se produce crecimiento económico y progreso social. En la Ilustración, siglo XVIII, se propugna la educación como camino idóneo para que niños y jóvenes lleguen a ser adultos sanos y maduros. Se apunta a una formación que nos ayude a ser críticos, a no dejarnos llevar por deseos ni impulsos ajenos a la razón.
Mucha armonía en la mente y en los labios y enormes desavenencias en las calles. Afirmo, con tristeza y pesar, nuestra incapacidad para compartir espacios y tiempos sin pelearnos, respetando al otro en lo que es y tiene. Nos agredimos por diferencias de color de piel, de credos, por situaciones sociales o económicas, por pensamientos e intereses, por capacidades intelectuales, por rasgos psicológicos y físicos, incluso, por diferencias deportivas. Las tenemos de un país contra otro, de varios países a la vez, las mundiales y las de hermanos contra hermanos o civiles. El resultado es el mismo: millones de personas muertas, pero ni aprendemos ni queremos aprender.
Estamos presos de una macabra pesadilla. Algo tenemos en los genes, en la razón y en los sentimientos de la especie humana para no alcanzar lo que tanto defendemos. Una verdadera contradicción.
La paz puede ser una realidad si cada individuo logra el equilibrio entre su mente y su corazón, entre sus ideas y afectos, ilusiones y miedos, capacidades y deficiencias. El amarse a sí mismo es el primer paso y eso requiere aceptar lo que no podemos cambiar o nos disgusta de nosotros, erradicando lo malo, potenciando y manteniendo los aciertos. Si nos queremos será más fácil apreciar a los demás. El segundo escalón es darse cuenta que el aprecio mutuo se transforma en ayudas y es más fácil crecer y prosperar y el tercer punto es mirar a los demás en lo que son y no en las apariencias ni en las posesiones.
Este camino de crecimiento se inicia en la cuna y ha de estar presente siempre. La familia es la fuente de concordia, de sosiego y tolerancia, de no violencia y aceptación. La guardería, el colegio, el instituto, la universidad, las academias como continuadores. Todos convencidos de que la razón han de prevalecer sobre la irracionalidad, la búsqueda de soluciones sobre las imposiciones totalitarias, la diversidad sobre la uniformidad, el encuentro sobre la división. La educación es la encargada de conducirnos a esa paz que tanto deseamos y no alcanzamos: la Paz, palabra de tres letras que resume el anhelo de la humanidad. Ojalá conozcamos la Paz.