No soy portavoz ni representante de nadie, acepto las discrepancias, pero me ayuda escribir en plural de mi profesión, de la que me siento muy satisfecho y cada día con más repercusión social e individual.
Escucho con cierta frecuencia la frase “no creo en los psicólogos”, a lo que suelo responder que yo tampoco. Es evidente, no creo ni se puede creer en los psicólogos, como tampoco en nadie que pueda confundirse y sea vulnerable a los aspectos accidentales de la existencia humana. No es el verbo creer el que define las relaciones entre las personas. Entiendo que mi afirmación les pueda confundir, pero es sincera y bien sentida.
Se me viene a la mente recuerdos de mi etapa de estudiante de primeros cursos. El maestro me preguntó el resultado de un ejercicio de matemáticas y yo le respondí: “creo que son nueve”, a lo que replicó, con una ligera sonrisa y cierto aplomo, “Chavero, se cree en Dios, en clase se afirma o niega o ambas a la vez, pero no se cree”. Me desconcertó esa respuesta, me ruboricé y después comprendí cuánta razón tenía y ahora aún la cuento.
El psicólogo no es Dios, ni pretende serlo, es una persona formada en las calles de la vida y en las aulas de la universidad para evaluar, valorar, acompañar, ayudar, proponer, diseñar estrategias de afrontamiento o de cambios, etc. con el único objetivo de que esa persona viva más integrada, ya sea consigo misma, con el entorno y, si es creyente, con Dios, sea cual fuere su nombre. Los psicólogos acertamos muchas veces y erramos algunas y cuando esto ocurre procuramos realizar los cambios adecuados para que no sucedan otras veces.
Todo eso forma parte de lo que somos, profesionales de la salud que afrontan dificultades, incapacidades, limitaciones y enfermedades. Lo hacemos desde el entendimiento y los sentimientos, con empatía y seriedad, muchas veces con cercanía y pocas con frialdad. No escatimamos esfuerzos, convencidos de la interdisciplinariedad, dispuestos a colaborar con otros profesionales y sabiendo cuál es nuestro lugar. No traspasamos los límites de nuestra disciplina por respeto a las demás y nos gusta conservar las señas de identidad. No sustituimos a nadie y compartimos responsabilidades.
Y puedo asegurar que ser psicólogo es mucho más que una profesión o un trabajo o un medio para ganarse la vida, es una manera de estar en el mundo porque te pone en contacto con lo más íntimo y nuclear de los demás. Considero un privilegio al alcance de pocos tener acceso a las confidencias y secretos mejor guardados y somos depositarios de llantos y frustraciones y de alegrías y logros. Es increíblemente humana y enriquecedora y con un gran contenido de bondad.
Cuántas personas grandes, sin saberlo que lo son, hemos conocidos y acompañados en estos años y a todos ellos damos las gracias por ayudarnos a vivir más intensamente nuestras vidas. Si los padres nos dieron la vida y nos enseñaron a crecer, los maestros y profesores nos ayudaron a interpretarla, los que nos piden ayudas nos dan las claves para la paz personal y la felicidad. Gracias.