Fragmento de la charla impartida en Guadalupe con motivo del día del enfermo y de la ecología el 20 de mayo de 2017)
Nuestro cuerpo está formado por muchos órganos y miembros. Todos son necesarios para encontrarnos bien. Una pequeña y diminuta piedra en los zapatos nos obligaría a detenernos para quitarla. Sabemos que la cabeza, el corazón son fundamentales, pero también esas piernas que nos permiten caminar o esa sonrisa que nos abre el corazón del hermano. Todas y cada una de las partes de nuestro cuerpo son importantes y debemos cuidar. En medio se encuentra la enfermedad y la muerte, el día a día de nuestra existencia.
Al igual que sucede con nuestro cuerpo, sucede con la naturaleza. Si el grano de trigo no muere, no tendremos cosechas. Si no hay viento, los árboles no reciben el polen y no nacen los frutos. Si no hay sol, la humedad pudriría todo. Si no llueve, desaparece la vida. La naturaleza es un conjunto de seres, todos necesarios para que funcione bien y entre ellos se encuentra el hombre y la mujer.
Nos consideramos los dueños de la naturaleza, pero no es cierto. Ningún dueño maltrata sus propiedades como nosotros hacemos con la naturaleza. No se nos ocurre introducir una bolsa de plástico en nuestra botella de agua, ni esconder una lata vacía debajo de una alfombra y, sin embargo, sí lo hacemos en nuestro entorno. El hombre sin animales o sin plantas o sin agua o sol o viento no es nada. Somos una parte pequeña de la vida y la naturaleza.
Y en medio de ambas realidades, grandes y pequeñas a la vez, el ser humano y la naturaleza, existe una pregunta y una respuesta que da sentido y nos une: ¿Qué queremos en la vida? La respuesta es unánime: quiero ser feliz. Coincidimos en el deseo de ser felices y resulta grandioso tener algo que nos una.
Y ¿Qué es la felicidad? ¿Qué es ser feliz? Me atrevo a afirmar que podríamos consensuar que es estar en paz con uno mismo, con los demás, con el entorno y con Dios, si somos creyentes. Para que sea posible es necesario aceptar lo que somos y tenemos, con deseos de crecer como persona en medio de una sociedad necesitada de bondad, sabiendo poner límites a aspectos de la vida actual que no ayudan, como el consumismo sin sentido, la apatía, la falta de esfuerzo, el acomodamiento, la falta de crítica ante las injusticias, la pérdida de valores, el ensimismamiento.
La búsqueda de felicidad, ese estar en paz, depende de cada uno de nosotros, de nuestras familias y comunidades, de los países y organismos internacionales, cada uno debe asumir su responsabilidad desde lo que es.
La ecología integral analiza el planeta como una realidad de la que formamos parte y debemos cuidar. No somos propietarios de nada, somos usufructuarios, porque en la muerte perdemos tanto su uso como su propiedad. Ser el rico del cementerio es un título absurdo.
¿Qué podemos hacer?:
Tomar conciencia de que somos grandes y limitados, únicos e irrepetibles, con grandes cualidades y algunas miserias, las primeras para desarrollarlas y las segundas para aprender de ellas e intentar cambiarlas.
Humanizar y ecologizar la vida. Educar en la responsabilidad ambiental que anime comportamientos saludables: evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, plantar árboles, apagar las luces innecesarias, etc. Y tantas y tantas que sabemos.
Respetar a los demás en su dignidad y esencia. Con especial cuidado de los más desfavorecidos en capacidades, trabajos, compañías… Una sociedad que no cuida con esmero y cariño a sus miembros, en especial, a los más necesitados, está abocada a su destrucción.
Respetar a los demás seres vivos, animales y plantas. No caer en malos tratos, en abusos, en sobre abuso, en negligencias en el cuidado y protección. La biodiversidad es riqueza, pero cada día es menor.
No nos escudemos en no puedo hacer nada, esto no hay quien lo cambie, los culpables son los demás. La política, la ética, la filosofía, el derecho, la religión… no sirven para nada si no nos ayudan a hacer un mundo mejor y más habitable, teniendo especial cuidado de aquellos con más necesidades o que poseen menos capacidades. Salgamos a las calles y proclamemos la necesidad de dejar un mundo, al menos, como nos lo hemos encontrado.
Pidamos más veces perdón, demos más veces las gracias y digamos más veces te quiero.