“Anda plácidamente entre el ruido y las prisas y recuerda la paz que se encuentra en el silencio”. De esta hermosa manera comienza un escrito anónimo del siglo XVI que lleva por nombre Desiderata y cuyo contenido me parece exquisito y propio de alguien que se adelantó a su época, de un héroe como diría Hegel y que yo me atrevo a sugerir como lectura. Es una de las muchas y acertadas afirmaciones que contiene y en ella se nos aconseja caminar con serenidad por la vida y hacerlo con gusto, con placidez, sabiendo dónde poner los pies para no hacernos daño ni herir a los demás.
Esa serenidad y entereza es la forma como tenemos los humanos para poder disfrutar de dos de las características que definen nuestras existencias: el ruido y las prisas, cuestiones éstas de la que no podemos evadirnos porque constituyen parte de nuestro modo de vivir. Somos hijos y nietos de los decibelios y de la velocidad y debemos cambiar nuestra filosofía de vida si queremos disfrutar de lo que nos ha tocado en estos años del siglo XXI. Y en ese caminar gustoso por los avatares del día a día es necesario tener muy presente que el silencio es lugar en el que podemos encontrar la paz, que no hay que tenerle miedo y que no hay que inventarse palabras que lo rellenen y lo anulen.
El silencio posibilita el encuentro con uno mismo mediante la reflexión personal, es una herramienta para darnos cuenta de nuestros valores y de nuestras carencias, primer paso para afianzar nuestra personalidad y medio eficaz para poner todo lo necesario en el proceso de cambio de aquellos aspectos de nuestra forma de ser que no nos ayudan en esta hermosa aventura de vivir en paz.
Este encuentro nos prepara para el descubrimiento de los demás y para las relaciones de amistad, tanto con el que ríe de alegría como con el que llora de tristeza, con el triunfador y con el que obtiene más fracasos que éxitos, con el fuerte y con el que no puede tanto y eso es posible porque nos capacita para escuchar, para ponernos en lugar del otro y nos convierte en personas más sensibles y asequibles.
El silencio es lugar interior y también es un estilo de vida, no porque suponga no decir nada sino porque se valora la palabra justa y bien dicha en el momento adecuado, en el que existe la reflexión sobre lo que se ha realizado o pensado o dicho. Y esto como medio para meterse en las propias ideas y creencias, camino para crecer y madurar como persona que vive en sociedad, dato este del que es fácil olvidarse en estos tiempos que corren.
Si fuésemos capaces de aceptar y de disfrutar del estilo que nos impone la historia de la humanidad que nos ha tocado vivir y si además ello nos impulsara a cambiar nuestras incoherencias personales, entonces estaríamos poniendo las bases para ser hombres y mujeres más seguros de sí y con mayor autoestima. Y si en esas prisas encontrásemos tiempo para el silencio que facilita el encuentro con uno mismo y con los demás entonces sí estaríamos dando los pasos necesarios para hacer una sociedad más justa y solidaria en la que todos tendríamos nuestro lugar y seríamos más felices.