Extremadura es una de las pocas regiones españolas que aún ofrece lugares apartados del paso del hombre y la curiosidad del viajero. Hermosos rincones de singular belleza que exigen esfuerzo físico para disfrutar del silencio, el rumor del agua y paisajes inabarcables. En unos de esos lugares inexpugnables se alza imponente la Chorrera de la Mora. Sus saltos de agua caen con fuerza sobre las rocas del monte que abriga Aldeanuela de la Vera, en la vertiente meridional de la Sierra de Gredos. Un espacio natural casi virgen por el abandono de la actividad ganadera y las dificultades para la agricultura. La frondosa vegetación de helecho, zarza y jara crece briosa ocultando senderos. El caminante se ve obligado a despejar el matorral del tupido bosque de castaño, roble y alcornoque. Solo así es posible hallar el viejo camino, salpicado por manantiales y pequeños regatos.
Una veintena de caminantes participó este domingo en la ruta propuesta por el Club de Montaña GR100. Magnífica despedida al programa senderista antes del parón estival. Tras desayunar en un céntrico bar de Aldeanuela dela Vera, el grupo abandonó las estrechas y empinadas calles del pueblo. No sin antes degustar las jugosas cerezas ofrecidas por una anciana vecina junto a la fuente de los ocho caños. Punto de partida a una ruta de unos 13 kilómetros y un desnivel de 300 metros.
Tras el esfuerzo inicial, el grupo llegó a una pradera desde donde avistaron el salto de agua. Más arriba, la mitad de los caminantes se separó para seguir subiendo hasta la primera base de la chorrera, donde pudieron disfrutar de la refrescante cascada tras salvar alguna roca de considerable tamaño. Las aguas les ayudaron a aplacar el intenso calor y el sudor de la subida. Tras reunirse de nuevo con el resto del grupo, que prefirió quedarse descansando bajo la sombra de la arboleda, emprendieron la bajada deshaciendo sus pasos. Al aproximarse al pueblo, el camino vuelve a adornarse con cerezos cuajados del rojo fruto. Ya en Aldeanueva, los senderistas tomaron un tentempié junto a la fuente de los ocho caños, que sirvió además para apagar la sed avivada por el calor de mediodía. Un refrescante baño en las cristalinas y frescas aguas del Lago de Jaraíz de la Vera, la piscina natural más grande de la comarca cacereña, sirvió de descanso final antes del regreso en autobús a Cáceres y Badajoz.
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Ángela Murillo