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Ruta de los Molinos, parajes de la Sierra de Montánchez (Galería)

Aprovechamos las imágenes tomadas por Explorer este domingo para hablar de la Ruta de los Molinos (FOTOS). El sendero nos conduce por parajes naturales de la Sierra de Montánchez y nos lleva a conocer las poblaciones de Arroyomolinos y Montánchez.

Es denominada así porque una buena parte de su recorrido la realizamos por una garganta que alberga más de treinta molinos harineros, de los que algunos de ellos, remontan sus orígenes a la época romana.

Iniciamos el camino en Arroyomolinos, pero no podemos hacerlo, sin haber visitado antes la magnífica iglesia de Nuestra Señora de la Consolación (considerada una de las joyas arquitectónicas de la Diócesis de Coria-Cáceres) y algunos de los notables escudos heráldicos cercanos a la plaza.

Vistas de Montánchez

Vistas de Montánchez

Todo aquel que lo desee y con la intención de acumular fuerzas para la caminata, puede acercarse a tomar unos buenos churros con chocolate a cualquiera de las dos cercanas churrerías que hay en el pueblo.

Dispuestos a ponernos en marcha y ya con las fuerzas renovadas, partiendo desde la Plaza y siguiendo las señalizaciones entre estrechas y enjalbegadas calles con sabor a pueblo, llegamos al lugar donde comienza el camino de La Garganta.

En este lugar, nos encontraremos con un pilón que en cualquier época del año incluso en el estío, nos es muy útil para llenar las cantimploras de fresca agua desde su caño superior.

Cercanas al pilón, existen una serie de señalizaciones que nos indican un camino con un curioso nombre “Camino de la Piedra del Dedo Meñique”. Bien merece la pena seguirlas aunque suponga un pequeño desvío de unos 400 metros.

En ese lugar, nos encontraremos una roca granítica cercana a las cuarenta toneladas, la cual empujada con la mano en determinados puntos permite su movimiento. Una vez hayamos logrado balancearla o como aquí decimos “menearla” y sintiéndonos unos forzudos por mover ese tonelaje, desandamos el camino hasta el lugar donde nos desviamos.

Una vez allí, solo tenemos que seguir el camino cementado en el cual veremos colocadas unas recientes señalizaciones informativas del plano de la ruta.

Caminando entre paredes de piedra, viejos molinos y una rica vegetación de tipo mediterránea nos acercamos al Arroyo de los Molinos. Este, es de carácter estacional y si lleva agua, podemos cruzarlo por unas enormes pasaderas de piedra dispuestas con ese fin. Es en este punto, termina el cementado y comienza una pequeña subida tras la cual podemos observar el inicio de la calzada empedrada que paralela al arroyo nos hará ascender La Garganta.

Esta calzada, constituía la vía principal de acceso a los molinos y si observamos con detenimiento, nos daremos cuenta, como de ella y en dirección a cada molino que por su lejanía de ella lo requiera, sale un pequeño camino de acceso.

Estos molinos hoy abandonados y algunos ya en muy mal estado, son de tipología de sierra. Su origen como apuntamos antes, se remonta a época romana aunque los más recientes son del siglo XIX. La mayor parte de ellos están construidos en mampostería aunque hay algunos en los que se pueden observar unos perfectos sillares.

La molienda suponía un proceso muy interesante, pues los molineros, se ponían de acuerdo para ver que día la realizaban y así soltar el agua de una charca denominada la Charca de la Suelta. Esta, construida en el arroyo y a una considerable altura, aumentaba el caudal y se lograba que el agua llegara en más cantidad a los molinos. Algunos de estos, y gracias a su disposición podían moler con el agua que ya había utilizado el anterior. Con este sistema, podemos decir que se producía un aprovechamiento muy racional del liquido elemento.

Prácticamente, casi todos los molinos se componían de; una charca, una conducción o acequia, un alto pozo que se denomina cubo y un cuarto donde estaban los mecanismos de molienda.

El agua, pasaba de la Charca por la Acequia y caía al Cubo. El molinero esperaba a que este se llenara totalmente y cuando esto sucedía abría una pequeña compuerta denominada Saetín. Esta, situada en la base del Cubo al abrirla dejaba escapar el agua que por causa de la fuerte presión con la que salía, movía las palas del giratorio Rodezno.

Dicho rodezno, a través de un fuerte tronco denominado Maza transmitía el movimiento a la piedra superior o Volandera que con su giro sobre la piedra inferior o Solera (sin movimiento) procedía a moler el grano.

Cada molino, hoy en día sigue siendo conocido por el nombre de su dueño, salvo alguno como El Molino de La Cruz que es llamado así por una cruz que lucía en su exterior.

Conociendo ya un poco más de estas antiguas aceñas e imaginándolas en sus momentos de máximo esplendor, continuamos el empedrado que en ocasiones se pierde y se convierte en estrecha vereda serpenteante entre canchos y rodeada de vegetación. Así alcanzamos el punto donde a través de un autentico laberinto de helechos cruzamos el arroyo.

Ya en el otro margen y dominando una explanada libre de vegetación junto a un bonito salto de agua, nos encontramos con el molino mejor conservado y habilitado por su dueño como vivienda.

Con este ejemplo podemos hacernos una idea ya más aproximada de cómo fueron en el pasado esta garganta y más concretamente todos los molinos que dejamos tras nuestros pasos.

En la parte superior de la explanada y apenas sobrepasado el molino, surge un pequeño cruce de caminos. Tomando el de la izquierda y entre impresionantes vistas de Arroyomolinos ya en la lejanía y muy por debajo de nosotros gracias a la altura que hemos alcanzado, vamos dejando atrás la garganta y sus molinos para poco a poco ir acercándonos a Montánchez.

Dicha calzada empedrada de más anchura que la que discurría paralela al arroyo, nos va llevando entre paredes de piedra, fuentes y olivares en escalera a otra vía de tierra bastante transitada.

Mientras caminamos por ella, podemos observar las magníficas portadas adinteladas con grandes losas de granito dispuestas en las entradas de muchas pequeñas fincas.

En esta parte del recorrido, nos encontramos con un impresionante bosque de castaños el cual nos muestra sus tonos ocres si pasamos en otoño y una gran explosión de verdor y frescor si lo hacemos en primavera o verano

Con la visión del bosque en la retina, proseguimos nuestra ruta con el imponente Castillo de Montánchez como vigía y meta de nuestro camino. La entrada en el pueblo la hacemos entre la Piscina Municipal y la Residencia León Leal.

Una vez hayamos visitado la Villa, para iniciar la vuelta, debemos buscar el Camino Real de Mérida conocido también como “El Revuelo”, pues pasa junto a una fuente con ese nombre.

Desde la plaza, es fácil acceder al camino, pues solo hay que tomar la calle situada en su esquina izquierda; vista en esta posición desde la entrada a la plaza por el Altozano. Una vez en esta calle solo debemos desviarnos en la primera a la derecha que nos conducirá hasta el inicio del camino.

Esta calzada, con un trabajado y amplio empedrado, nos hace venir a la memoria las antiguas Vías romanas. Descendiendo por ella, entre las inmensidades de vistas lejanas, grandes canchales y numerosas fuentes con pilones de granito y caño superior, nos acercamos paso a paso al final de la sierra y al inicio de tierras dedicadas principalmente al cultivo de la higuera y el olivar.

En el punto donde nuestro camino se cruza con una pista asfaltada, debemos abandonarlo para seguir esta hacia la izquierda. Así llegaremos a la carretera que continuándola hacia la izquierda y a menos de un kilómetro nos acerca al final de la ruta: ARROYOMOLINOS

(Antes era posible finalizar la ruta por sin pisar el asfalto, pero el camino que hacía esto posible, se encuentra hoy en día intransitable a causa de la maleza que lo cierra.)

Recorrido: El camino de ida supone aproximadamente unos 5 Kilómetros y el de vuelta 7.

Dificultad: No es dura, lo más complicado es la subida a Montánchez. Es recomendable llevar botas cómodas.

¿Cuándo realizarla?

Salvo el verano, cualquier época del año resulta propicia para realizar esta ruta:

Otoño: Podemos deleitarnos con un mosaico de tonos; rojizos de las cornicabras, amarillos de robles y castaños y los verdes del monte bajo, encinas y alcornoques.

Invierno: El sonido del agua entre piedras y molinos nos acompaña una buena parte del camino.

Primavera: El amarillo y blanco de las flores en las escobas, los vivos verdes de los tiernos brotes, el perfume de las flores que tapizan los campos y el canto de los pájaros, desbordan nuestros sentidos.

GALERÍA DE FOTOS DE LA RUTA

Fuente: Ayuntamiento de Arroyomolinos

 

 

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