Botija es una pequeña villa que se esconde en las cercanías de Alcuéscar y Montánchez. Acercarnos un grupo de 15 personas en el seno de Arqueonaturex a este secreto y luminoso rincón de nuestra tierra, en una mañana dominical de marzo con sabor a primavera, supuso una experiencia natural y arqueológica inolvidable.
El paseo matinal nos llevó, a través de la dehesa boyal, por las inmediaciones del río Tamuja, muy caudaloso y engalanado gracias a las continuas lluvias invernales; a las orgullosas encinas, algunas heridas de muerte; al intenso verdor de los campos y a los intensos fulgores amarillos y blanquecinos de las flores arracimadas en torno a las sombras de los árboles y a las orillas del río.
Fueron cuatro horas en que nuestros ojos gozaron sin descanso de una dehesa de belleza extraordinaria, casi espectral, especialmente al franquear el Puente Viejo, de tres arcos, construido entre los siglos XVI y XVII; al disfrutar durante unos efímeros minutos del molino de la muralla, levantado en un idílico rincón represado del Tamuja, tanto que se hizo cuesta arriba seguir nuestro camino por el hechizante y relajante sonido del agua al despeñarse entre las pequeñas cascadas y, en el tramo final, casi llegando al pueblo, el estilizado y asombrosamente bello Puente del Verraco, formado por 14 ojos, cuyo origen se sitúa a finales del Siglo XIX. Y aún antes de completar el recorrido circular, admiramos una construcción peculiar: el chozo “El Bujío”, la antigua casa del porquero y las cruces del Camino Trujillo y del Camino Montánchez, erguidas con altivez sobre una peana escalonada.
El reposo llegó en forma de comida acogedora en el hotel rural “El labriego” en la localidad cercana de Plasenzuela. Dos horas de reposo para dar cuenta de una rica y nutritiva colación que nos permitiera seguir el camino.
Por la tarde, aun maravillados por los paisajes de la mañana, afrontamos el principal motivo de nuestra visita, la zona arqueológica de Villasviejas del Tamuja. Este castro vetón, del siglo V-IV a.c. sorprende por su estratégica situación en una meseta que domina con amplitud el río Tamuja y por ser una rara avis ya que los principales asentamientos de este pueblo prerrománico se hallan en la provincia de Ávila.
2.500 años en la ruleta del tiempo han hecho que la mayor parte de este núcleo vetón se encuentre hoy en día bajo tierra, pero todavía son visibles los inmensos y sólidos sillares de una de las torres defensivas del asentamiento, la estructura de los fosos defensivos de la ciudad excavados bajos las antiguas murallas que hay que imaginar con un gran esfuerzo de nuestras mentes sumidas en el devenir ordinario de nuestra época.
Fuimos franqueando fosos y líneas de murallas sin que los espíritus vetones se rebelasen contra los invasores. Y siempre, abajo, vigilante, silencioso, arrastrándose con alegría casi primaveral el límpido Tamuja que guarda silencioso el secreto de los vetones.
Antes de volver, hubo una última sorpresa, un lugareño nos enseñó su vivienda, digna de un coleccionista estrambótico: una colección de llaves antiguas, un horno de cocer pan, una bóveda enladrillada que protege una gran chimenea que provee el fuego del hogar se fusionaban, entre otros objetos y construcciones, en la vivienda e historia de un emigrante que había dejado gran parte de su vida y esfuerzo en Alemania. Y así transcurrió aquel domingo luminoso, fluvial, histórico y arquitectónico entre una primavera incipiente y un puñado de buena gente interesada en la naturaleza y el arte.
Fuente: Arqueonaturex.
Juan Alonso Naharro Vaillant
Fotos:: ANTONIO MASERO, JUAN ALONSO e INMACULADA