A medida que me hago mayor, lloro con más facilidad. De pequeña podía caerme de la bicicleta, salir rodando por las escaleras en una matanza o clavarme una púa en el pie haciendo obras en mi casa, y no lloraba. En cambio, los sufrimientos y las emociones siempre me han hecho derramar lágrimas.
En el Cáceres Insólita de esta semana derramé alguna lágrima. Antes de llegar a CC.OO., donde habíamos quedado, ya notaba cierto ambiente funesto cuando Alonso de la Torre me recogía a la salida de la facultad. Íbamos serios, sabiendo que sería un tema complicado, que nos podría afectar mucho emocionalmente. Apenas hablábamos.
Era la primera vez que no sabía cómo organizar el vídeo. No sabía qué me iba a encontrar. Llegamos a una sala donde hablamos con dos limpiadoras de la empresa Cocalim Pulcroservice. A medida que contaban sus problemas, a mí se me iba formando un nudo en el estómago. Veía a dos señoras que apenas tenían para comer, que necesitaban de la ayuda de sus hijos, y yo, una inconformista social, una defensora de la clase trabajadora, me veía impotente.
Vi en ellas las complicaciones de esta crisis que no conocía. Nunca había estado en contacto con personas que lo estuvieran pasando tan mal. Supongo que también será porque la gente de mi edad no habla de problemas económicos. No me imagino yo a mis amigas hablando en un botellón de las consecuencias de la crisis económica.
Después de hablar con las dos señoras y conocer sus problemas, fuimos a la oficina de Cocalim para hablar con el gerente de la empresa. En medio de la charla, se puso a llorar. Quería seguir hablando, nos pedía perdón, pero no podía, se derrumbó. Yo empecé a sentir una gran angustia, como si el tema me afectara indirectamente a mí. Quería consolarlo, ¿pero qué decir, cómo hay que actuar en esos casos? Los ojos se me humedecieron, no me atreví a decir nada.
Para finalizar el reportaje, tuvimos que ir a Malpartida. Antes habíamos dejado a las dos señoras en sus respectivas casas, mientras en el trayecto nos contaban lo mal que estaba la situación. Alonso y yo no hablábamos. Nos estábamos convirtiendo en partícipes de la historia. Yo me sentía como cuando hicimos el reportaje del mercadillo: íbamos a algo bonito sobre el mercadillo de Cáceres y de repente, nos encontramos inmersos en medio de una huelga.
Nos emocionó tanto la historia, que el miércoles siguiente a las 6 de la mañana ya estábamos en pie, de nuevo camino del mercadillo. Ya nos resultaba hasta un ambiente familiar. Recordábamos sus caras, lo que nos habían comentado la semana anterior. Con el tema de Cocalim, espero que pase lo mismo.
Todas las mañanas cuando voy en el autobús rumbo a Cáceres, suben muchas señoras en la parada de Malpartida que van a trabajar. Por las conversaciones que escucho, fracasando en mi intento de leer y dejándome llevar por la imaginación, la mayoría de esas señoras trabajan en la limpieza doméstica. Antes de llegar a la casa de la señora que íbamos a visitar, pensaba si sería alguna de esas viajeras que yo me encontraba todas las mañanas en el autobús.
Lo que nos contó Rosa, al igual que las declaraciones de las demás, pueden verlas este sábado en el vídeo de Cáceres Insólita o el domingo en el reportaje de Alonso. Yo simplemente les digo que al llegar a casa, la presión me pudo y rompí a llorar. Desde el martes suelo tener mucho más cuidado con no dejar luces encendidas ni grifos abiertos, después de ver que hay gente que tiene problemas para pagar los recibos.
Me salvó el día ver el partido de baloncesto del Cáceres y disfrutar con su victoria. Pasé de llorar de sufrimiento a llorar de felicidad.