El año pasado por estas fechas, Alonso de la Torre le dedicó una columna a mi culo (El peligro de mirar culos), aunque sin dar mi nombre. Hoy reconozco ser la dueña. Alonso, cada vez que puede me vacila con el tema. Cuando vamos a desayunar a El Corral de las Cigüeñas, que está muy cerca del lugar de los hechos, me dice: “Algún día te encontrarás a ese hombre y pasará mucha vergüenza”. Incluso le gusta imaginar que es algún conocido suyo. Yo, la verdad, prefiero no verlo.
Soy una chica bastante tímida. Cuando me miran a los ojos suelo apartar la mirada y si me dicen algún piropo, salgo corriendo. Desde el día que ese señor me siguió desde el Gran Teatro hasta las escaleras que están enfrente del Palacio de la Generala, creo que no me había vuelto a poner vestido de día, hasta el jueves pasado.
El día que “el mirón” me siguió, saqué un carácter que no tengo. Hay que ponerme mucho contra las cuerdas para que yo me enfade. Ese día me paré por la calle con todo tipo de carteles, disimulaba como si estuviera esperando a alguien, me ponía a mirar las obras de la Plaza Mayor, pero cada vez que me daba la vuelta, lo tenía detrás. Yo no quería ser borde, pero al llegar a las escaleras de enfrente del Palacio de la Generala, me acordé de las normas de cortesía con las mujeres que Alonso de la Torre me había repetido tantas veces.
Alonso siempre pasa delante de mí cuando llegamos a unas escaleras. Yo preferiría que lo hiciera siempre, porque en los bares me deja entrar a mí primero y me da vergüenza. Él fue quien me enseñó las normas de urbanidad que los Salesianos le inculcaron. Alonso fue quien me dijo que si un señor subía detrás de una chica por unas escaleras era una falta de respeto.
Y yo esa mañana estaba desesperada, no sabía dónde meterme. Entonces, al llegar a las escaleras que suben de Piñuelas a la Generala , me acordé de los Salesianos y le dije al caballero: “Suba usted delante, por favor”. Hice que el pobre hombre pasara mucha vergüenza, tanta que salió corriendo.
El jueves pasado, creo que el destino se vengó de mí. Cuando salí de casa era un día tranquilo, no hacía mucho viento. Iba yo con mi vestido vaquero, que tiene bastante vuelo, por el parque de Cánovas. De repente, empezó a levantarse el aire y tuve que salir corriendo, cruzar un semáforo y apoyarme en la primera pared que vi. Tras esperar media hora y ver que el tiempo no me daba una tregua, tuve que llamar a Alonso para que me socorriera.
Mientras lo esperaba, recibí todo tipo de piropos. Había abuelos que vi subir y bajar la acera varias veces, otros se paraban delante de mí y me miraban, como si nunca hubieran visto a una chica joven en una situación comprometida. Yo solo sonreía, les daba las gracias mientras hacía esfuerzos con las manos para ganar la batalla al viento y twitteaba la escena.
En Twitter, a la gente le hacía gracia. Mis compañeras de clase me decían: ¡Carol a lo Marilyn!, se imaginaban la escena y se reían. En cambio, Marinaki Jane, a quien entrevistamos en Mira quien habla y grabamos en un Cáceres Insólita (De compras con Marinaki), me comentaba que le había sucedido lo mismo.
Yo me sentía impotente ante la situación, en ese momento las normas de los salesianos no me valían para nada. Me decía a mí misma: por favor, que venga ya Alonso que, como pase por aquí María José Torrejón, me ve y me saca en su blog de moda: “A lo Marilyn”.