A Alonso de la Torre le gustan mucho el campo y los paisajes bonitos. A mí también me gustan, pero en esta época, me comen los bichos. El año pasado, en la entrevista que hicimos a Ildefonso Matamoros (El Perigallo), querían llevarme a Urgencias al terminar, porque dos días antes había estado comiendo en el campo y tenía una picadura que no dejaba de crecer y de ponerse roja.
Cuando realizamos entrevistas por la zona norte de Cáceres, sobre todo por el Jerte, solemos ir a pasear por el campo después. De vez en cuando buscamos un sitio agradable, con una garganta cerca, y comemos al aire libre. Alonso disfruta mucho contemplando el paisaje, yo suelo reírme de él. Debo de tener muy poca sensibilidad en ese sentido. La primera vez que subí a la montaña de Cáceres era por la noche, y el paisaje debía de ser muy bonito con toda la ciudad iluminada porque estaba con un chico al lado y sé que decía muchas cosas cursis. A mí, sin embargo, me resultaba muy empalagoso y me tenía aburrida.
Alonso me produce mucha ternura, él no dice cosas cursis, pero le brillan los ojos y se emociona. Cuando fuimos a ver los cerezos en flor, yo me desilusioné bastante. Había escuchado hablar tanto de ese fenómeno de la naturaleza que me esperaba algo mucho más impactante. Yo me esperaba unas flores del tamaño de mi cabeza, brillantes como perlas, no sé, especiales. Y mientras tanto, Alonso miraba cómo el campo parecía un manto blanco y sus ojos estaban brillando. A mí casi me producía más emoción ver a Alonso así que mirar los cerezos.
El día que entrevistamos a Alberto Segade en la Covatilla, nos ocurrió algo parecido. Tras terminar la entrevista, yo, como buena adolescente infantil, quería ir a disfrutar de la nieve. Alonso estaba contento porque pensaba que por fin empezaba a madurar y a convertirme en una chica con sensibilidad, pero fue bajarme del coche, coger una bola de nieve y lanzársela a la espalda. Y mientras él me reñía, como buen hipocondriaco con miedo a constiparse, yo seguía lanzándole más nieve, y lo peor de todo, no dejándole disfrutar de la belleza del campo blanco.
Desde que entró la primavera, me dan pánico las entrevistas en el campo. El año pasado, hicimos una en Cáparra a un ganadero ecológico y lo pasé muy mal, las avispas me rondaban. Este año parecía que me estaba salvando, pero ha tenido que ser Cáceres Insólita en esta ocasión la culpable de mi mala suerte.
Mientras Alonso disfrutaba grabando, se sentía a gusto, en su terreno, con un guion que había preparado con mucha ilusión, yo me quitaba los bichos de encima como podía, se me movía la cámara y le destrozaba la grabación. Al menos, al llegar a casa y ver el material tan bueno que tenía, sentí que el esfuerzo había merecido la pena y que pasaría toda la noche rascándome los brazos y las piernas, pero “Cáceres sí tiene río”, que así se llama el Cáceres Insólita de esta semana, sería un reportaje bonito.