El viernes, tras terminar un entrevista, Alonso de la Torre y yo fuimos de rebajas a Menacho. Después de haberlo modernizado para el invierno, ahora tocaba el verano. Era un día muy tranquilo, prometía ser cansado, pero divertido.
Estreso a Alonso con mucha facilidad. Cuando llega la hora de comer, ya sabe que si no es wok, burguer o pizzería, hay bronca. Él es más de platos de cuchara, y yo creo que solo la cojo a la hora de comer el postre. Dice que solo como guarrerías. El viernes tuvo la gran idea de coger un menú en el Oferplán del Hoy para no discutir. Era perfecto: dos salmorejos, que se los tomaría él; una ración de croquetas, que dividiríamos dependiendo de cuál fuera su relleno; y arroz negro para dos personas, que es de los pocos “platos de cuchara” que me gustan. Así, por primera vez comeríamos a gusto ambos.
El Oferplán tenía buena pinta, hasta que a Alonso le dio por ver las condiciones de uso. Desde que me conoce, don perfectito comete más errores y a mí, que salga su parte humana me gusta. Mientras que él se frustraba al ver que solo podía usarse de lunes a jueves, yo le decía: ¡Qué guay, así podemos venir un día entre semana! y su histeria aumentaba. A mí, al principio, me asustaba un poco su meticulosidad perfeccionista. Cuando empezamos a grabar entrevistas, yo veía tanta grabadora y tanto control, mirándolas a cada rato, que me ponía nerviosa. Y cuando alguna fallaba, se le notaba incómodo.
Alonso nunca se da por vencido. Recuerdo una entrevista que íbamos a hacer a un portugués que había vendido café de contrabando. La noche antes del día que habíamos quedado con él, llamó diciendo que había fallecido una sobrina en un accidente de coche y que aplazábamos la fecha de la entrevista a la semana siguiente, que él nos avisaba. Tras no dar señales de vida, Alonso decidió llamarlo. Han pasado casi dos años de aquello y todavía de vez en cuando prueba y llama al portugués a ver si tiene suerte, a estas alturas más que nada por curiosidad. Pues el viernes Alonso tampoco se dio por vencido con el Oferplán.
A mí me da mucho corte entrar en los sitios y preguntar, no tengo cara. Es más, en un par de ocasiones, comiendo pechuga de pollo, no estaban en buenas condiciones y solo por no quejarme porque me daba corte, me los estaba comiendo. Alonso se dio cuenta por el horroroso olor que desprendían y me los quitó del plato. Como sabía que yo lo pasaba mal en esas situaciones, no reclamamos. Ahora, siempre que hay pechuga de pollo en el menú, por ridículo que parezca, preguntamos que si está buena o está podrida.
Como decía, el viernes Alonso decidió intentar comer su menú de Oferplán como fuera. Yo, mientras él entraba en el restaurante, me quedé esperando en la calle. Sí, por vergüenza. Era en la plaza Alféreces Provisionales de Badajoz, las terrazas estaban llenas de gente fina y la situación tenía encantada a los espectadores, que giraban sus cabezas en la terraza para mirar aquel curioso espectáculo. Yo estaba muy tranquila, porque estoy acostumbrada a esperar fuera mientras Alonso mira si me gusta algo del menú. Pero la gente miraba con morbo y la verdad es que, visto desde fuera, parecía una cosa rara: un señor mayor con una chica jovencita, que se quedaba esperando una señal en la puerta. Lo mejor de todo, por cruel que sea, era ver las miradas que ponían ellas de ¡qué lolita! y las que ponían ellos de cierta envidia.
Tras salirme con la mía, y tener que ir otro día, de lunes a jueves, a comer, fuimos a otro restaurante donde comí pechuga de pollo, muy buena por cierto, y después a comprar a Menacho.
Alonso es un experto en Bershka y Stradivarius. Al principio, cuando lo convencía para que me acompañara, se quedaba cerca de la puerta. Poco a poco fue descubriendo que en algunas tiendas había sillones y se sentaba a esperarme, siempre mirando al suelo o al móvil, para, como decía él tanto, no parecer un voyeur.
Yo me lo paso muy bien acompañada por él, hasta me olvido de la ropa. Me encanta provocarlo. Que nadie piense mal. Me refiero a que a veces le digo que me traiga otra talla o color al vestuario para ver lo nervioso que se pone, no por mí, sino porque al pasar empieza a ver chicas en ropa interior y entra mirando al suelo, nervioso y sale corriendo.
Me hace gracia eso de que la gente crea que soy una lolita por lo que escribo en este blog, principalmente porque en cuanto están cinco minutos conmigo se dan cuenta de que soy todo lo contrario. Mi timidez e inseguridad llegan hasta el punto de que cuando me siento débil, hago pesas para sentirme fuerte y protegida. No me gustan los prejuicios. A las únicas personas que dejo que me llamen Lolita conociéndome, es a las vecinas mayores de mi barrio, que me confunden a veces con mi madre: Loli.