Cáceres es una gran ciudad para hacer deporte. Llevo aquí una semana y tengo los gemelos duros de subir tanta cuesta. El primer día, cuando venía cargada con la maleta, llegar hasta mi nueva casa fue todo un suplicio. Pensé por un momento, descansando a mitad de la cuesta, justo enfrente del Hotel Ara, cómo sería subir todos los días las bolsas de la compra, el maletín con el portátil, libros y apuntes de clase, en tacones, ebria…
Ir a ver a la Virgen de la Montaña, almorzar en el comedor universitario y subir hasta la Facultad de Derecho o de Filosofía y Letras, entre otras; visitar la Plaza de San Mateo o sacar un libro en la Biblioteca Pública; hacemos deporte y quemamos calorías haciendo otro tipo de actividades, sin proponérnoslo. Yo que no soy muy de andar, que me salto los semáforos por el gusto de correr unos metros, empiezo a acostumbrarme a esta vida tan sana y a la vez tan cansada.
Sin embargo, lo que más me gusta son los parques. Me encanta la naturalidad con la que los cacereños hacen deporte en la mayoría de ellos. Aunque lo que más me sorprende de todo es la compenetración y el respeto que hay realizando diferentes actividades: si estás haciendo footing, el señor que pasea al perro, el niño que juega y la madre que le hace foto se apartan para no molestarte.
Yo empecé a hacer footing el lunes. Tenía dos buenas opciones: el Parque del Príncipe o el Parque de El Rodeo. Decidí probar los dos y un detalle marcó la diferencia: la cascada de agua de El Rodeo. A las 20 horas, ya cayendo la noche, da gusto correr, llegar a ese pequeño puente de madera y pasar por delante de esa cascada de agua que desprende gotitas y te refresca.
He ido más allá del footing, me he preparado mi propio circuito de obstáculos. Salgo todas las tardes desde el Colegio Josefinas y voy sorteando viandantes, acelerando en semáforos, reduciendo el ritmo descendiendo, aumentándolo desde Colón por la cuesta de El Brocense, donde paso por una pastelería a la que procuro no mirar y esquivo a alumnos que salen de clase. Todo para llegar al Parque de El Rodeo, trotar despacio y relajar el cuerpo después de un día cansado mientras cae la noche.